viernes, 28 de febrero de 2014

La tragedia de los reptiles

Protección

Las escamas protegen, pero también pesan. El precio por no ser lastimado es soportar la carga de ese mecanismo. Como una gran caparazón flexible, las escamas limitan, entorpecen; no dejan que te muevas libremente. Sabes que no puedes volar como un halcón, ni correr como una gacela. Pero también sabes que ellas son muy frágiles, que experimentarán un dolor que tú nunca sufrirás por tener escamas, que probablemente morirán antes que tú. Ves a muchas generaciones de halcones y gacelas volar y correr, vivir y perecer, mientras que tú los sobrevives a todos, tienes una vida larga y sin la eterna tragedia de esos animales feroces. No puedes evitar envidiarlos.

La seguridad es inversamente proporcional a la libertad. Renunciamos a la noche por el calor de una hoguera, renunciamos a los bosques y las praderas por las paredes de un castillo. Ponemos rejas en nuestras ventanas, evitamos salir de noche, instalamos cámaras en todos lados que nos hacen sentir vigilados. Creamos leyes que nos prohíben hacer ciertas cosas y que actúan (hipotéticamente) de la misma forma para todos, como temiendo que nosotros mismos cometamos esos crímenes a los que tememos. Aunque queramos salir desnudos a la lluvia, no lo hacemos por temor a enfermarnos. Necesitamos reprimir nuestros deseos para protegernos. En última instancia, necesitamos escamas.

Aislamiento

Las escamas son ciegas porque su única función es proteger, y para proteger te aíslan. Te encierran en una fortaleza de acero para que nada pueda penetrar en ella. Si tu piel está cubierta de escamas, no sentirás tanto dolor al ser lastimado, pero tampoco sentirás placer al ser tocado. Es una protección de doble filo: te aísla tanto de lo bueno como de lo malo, de la caricia y de la puñalada, de la alegría y del sufrimiento. Te sientes seguro con tus escamas, pero a la vez sientes una intensa insatisfacción por todas las cosas de las que ellas te privan. Te mantienen con vida, no sufres ningún rasguño, pero esa vida es vacía, porque está desprovista de las experiencias que te hacen humano. Te dejan al margen de todo, pero no del dolor de saberte al margen de todo.

Sin embargo, pronto la protección será absoluta. A medida que pasa el tiempo, las escamas se funden con tu piel, hasta que un día serás tú mismo una gran escama: impenetrable, indiferente, eterna.

La escama es el camino de Buda.

domingo, 23 de febrero de 2014

¿Lizowl? ¿Desde cuándo los búhos tienen escamas?

Los búhos no necesitamos protección; nosotros tenemos plumas, unas plumas que no sólo sirven para mantenernos en el aire, sino también para alertarnos de la presencia de los depredadores. Las ondas sonoras de sus pisadas (o de sus aleteos, o de sus llantos) atraviesan nuestras finas plumas y nos alertan del peligro, en un doble esfuerzo perceptivo de tacto y audición. Así podemos huir (o atacar) mucho antes de que alguien piense en clavarnos sus garras.

También tenemos alas. ¿Para qué querríamos escamas teniendo alas? Nuestra naturaleza es volátil; nuestra ventaja es la agilidad. Tenemos toda la atmósfera para movernos, para esquivar y estar seguros. No tenemos que soportar las inclemencias del clima, las zarpas de los animales terrestres, el ruido de los vecinos. Podemos ir adonde nos sintamos más cómodos. Si está lloviendo, buscamos una oquedad en un tronco. Si eso no le parece bien a una ardilla, buscamos otra. Así nuestro cuerpo está preparado para movernos y para saber cuándo y dónde movernos.

Las escamas sólo nos entorpecerían. Nuestra protección no es material, no necesitamos una armadura que nos cubra. Nuestra verdadera protección son nuestros sentidos, que nos indican cuándo hemos de protegernos. Nuestra constitución lo posibilita porque confiamos en nuestros instintos, lo que requiere una vigilancia continua pero a la vez nos permite salir ilesos y ser libres. Sólo somos débiles ante los que tienen nuestras mismas características: las águilas y los cuervos. Pero todos debemos tener algo que nos haga sufrir; sólo así se mantiene el ciclo de la vida.


jueves, 20 de febrero de 2014

Lo que debería aprender de Bird Jesus

"Cristo reconoce en el sufrimiento un valor positivo, y como víctima es más humano y real que Buda. Buda se opuso al sufrimiento, pero con ello también a la alegría. Estaba al margen de las emociones y sentimientos y por ello no fue realmente humano. En los evangelios, Cristo es descrito de tal modo que no puede comprenderse más que como hombre-Dios, a pesar de que en realidad nunca dejó de ser hombre, mientras que Buda, ya en vida, se elevó por encima del ser humano."

Nada hay más perfecto que Buda.

Pero por mi bien, debería aprender de Cristo. No se puede vivir en esta cultura evitando el dolor. Hacerlo sería negar todo lo que mi entorno valora. Y ser una minoría en algo tan vital es imposible. Siempre está la otra masa aplastante que te exige ser como ellos aunque uno no pueda. Las personas normales son las que "…han aprendido a vivir con ese terror, lo han incorporado a sus vidas. Son seres vulgares, no dioses". Lo peor no es precisamente el ver a estas personas, sino que forman parte de uno. Las introyectamos y tenemos sus mismas necesidades y deseos. Si por miedo al dolor no satisfacemos esas necesidades, nos duele.

Negar el dolor en occidente no es sagrado, es estúpido y doloroso. Por eso debería aprender de Cristo. Quizá ahora que se encarnó en el Pidgeot del Twitchplayspokémon tenga la oportunidad de hacerlo. Abrazar el sufrimiento y abrazar la anarquía que hizo distinto el mundo Pokémon, algo entrelazado con el mismo Cristo.

Jesús promueve la anarquía porque él acepta el dolor que ella conlleva. La anarquía es cambio, es libertad, es sudor y sangre continua. Nada de eso se puede llevar a cabo si se le teme al dolor. Por eso hay que santificarlo y santificar a los mártires en potencia. Si por miedo nos paralizamos nos quedaríamos en la seguridad de la democracia, engañados y autoengañados en un orden que ni nos gusta ni nos hace bien. Puede que bajo ese sistema pasemos la liga Pokémon más rápido, ¿pero a qué costo?



sábado, 15 de febrero de 2014

L 32

Escucho voces que nadie escucha
veo cosas que no existen
y la psicóloga no ayuda mucho
y las pastillas tampoco
y las voces me dicen que me van a encerrar
y yo prometo matar al que me encierre.

jueves, 13 de febrero de 2014

no sé

no sé qué me pasa me puse unos guantes de látex y cagué en mi mano me da asco la caca pero aún así tomé mi mierda y la esparcí por mi puerta como pintándola o como tapizándola no sé cuando se me acabó tomé la mierda de mi gato y seguí con el trabajo después usé la caca de mi perra y hubiera usado la de mi tortuga si es que las tortugas cagaran llené la puerta de mierda y la manilla también cosa que cuando ella llegara tuviera que por la fuerza tocar la caca

tocó el timbre y no le abrí

no sé qué significa quizá quería decirle que tras esa puerta está el origen de toda la mierda o que todo lo que hay en la casa es una mierda o que sólo yo soy una mierda como ella siempre me lo dice pero claro hay que decirlo con palabras si no uno es un enfermo que pinta la puerta con mierda

miércoles, 12 de febrero de 2014

pis

voy a aprovechar mi psicosis voy atravesar duermo arriba mancuerna asustada del avarocrimen un. averso despide pocilgas de duendes duendes duenes de la mañana. abren ventanas los noches, cada vez más fragmentado, podías kultrún antes de ayer: valkiria no jales me aspirando albúmina que trabajo despierto pero muy muy atravesado como la bala lava la loza no señor.  baja no no bajes animal gritando, uno, gracias. que me luz grande abrir demás, como soy conciencia literaria digo cosas que no podrían decirme en realidad, las cosas me dicen no yo a ellas, sabís. a veces canto con el clítoris.

jueves, 6 de febrero de 2014

¿Quién en el mundo está más triste que el Rey Helado?

Rey Helado: ¿Por qué no le agrado a la gente?... ¿Es porque soy un abusador mágico?... ¿Mi barba está... muy enmarañada? (suspira) Yo sólo trato de ser un buen esposo para las damas. ¿Qué pasa conmigo?

Búho Cósmico: Grrruuuu. Eres un sociópata.



Sí, Rey Helado, eres un sociópata. Amaste, te amaron, y perdiste. Viviste, y como no pudiste morir, quedaste en un estado intermedio. A ellos nunca los amaron. Ellos nunca vivieron. Por eso no pueden estar tristes, porque no tienen alegría con la que comparar su tristeza. Pero tú olvidaste, así que el nivel de tragedia es casi el mismo.

Al final, a todos nos llevará el Búho Cósmico.

La solución esquizoide

En este curioso mundo hay ciertas personas a las que les tocó crecer en desgracia. Durante su niñez y adolescencia, casi todo contacto que han tenido con los demás ha sido doloroso. Los han ignorado, los han maltratado, los han ridiculizado o rechazado. Nadie los quiso, o nadie les demostró que los quiso. Nadie los hizo sentirse valorados ni seguros. Su existencia se volvió intolerable. Ellos se concebían como unos monstruos, porque si no pudieron ser queridos por nadie debió ser porque no lo merecían. No tenían ninguna virtud, ni habilidad, ni tampoco esa cualidad invisible, propia de los seres humanos, que despierta la simpatía de los demás, que los impulsa a acogerlos y protegerlos. Estaban condenados a estar solos. 

¿Cómo seguir viviendo bajo esas circunstancias? ¿Cómo poder respirar cuando el aire está cargado de mierda? Suprimiendo todos los sentimientos y deseos. Levantando una muralla que los aislara del mundo, que los hiciera invulnerables. Ya no sienten nada, no hay placer para ellos, no hay pasión por ninguna de las actividades que realizan. Cambiaron el sufrimiento por la nada, porque la nada es mucho más soportable que el dolor. Ya no desean relacionarse con el resto, porque en esa interacción está el origen del dolor. Pero no pueden darse cuenta de eso; hacerlo sería reconocer la propia inferioridad y los motivos que los llevaron a generar su desinterés. Para mantener la estabilidad, deben autoengañarse pensando que no necesitan a los otros, que no les interesan. Y funciona, realmente pueden vivir sin el resto, pero al precio de una vida plana y vacía (desde la perspectiva de alguien con un desarrollo normal). 

Viven sin vivir, transitan por la sociedad sin involucrarse profundamente con nadie. Nada los afecta, no experimentan auténtica alegría ni auténtica tristeza. Disfrutan de la soledad como nadie. No entienden cómo alguien puede temerle a la soledad. Han estado tan solos que no desarrollaron sus habilidades sociales, lo que los aleja aun más del resto y refuerza su posición autosuficiente. 

Sin embargo, esta "solución" no siempre es tan "efectiva", entendiendo por efectivo el alcanzar un estado de invulnerabilidad inconsciente. Muchas veces la angustia de sentirse distintos al resto los puede llevar a la depresión, a la adicción o a enfermedades psicógenas. 

No sé si es más trágico vivir toda tu vida con ese vacío o vivir enfermo pero sabiendo que algo mal anda contigo (lo que lleve, quizá, a intentar remediarlo).

martes, 4 de febrero de 2014

La perra de agua

Una perra de agua es la mejor mascota para esta sociedad líquida, me protege en mis fallidos intentos de adaptarme, o me sustituye en el proceso de amoldamiento haciéndome parecer un buen tipo a los demás, un tipo con consciencia ambiental que cuida de los animales acuáticos, que se sacaría el sombrero al verte en la calle si es que existiera la costumbre de sacarse el sombrero. La conocí una tarde en la playa, no me pareció extraño que se materializara un canino del tamaño de un lobo medio transparente y etéreo por el sólo hecho de que estaba drogado, y al verla lo primero que hice fue preguntarle sobre el sentido de la existencia, como siempre hago con los animales raros que se me cruzan para saber si son Diox, a lo que respondió, como es natural, con un ladrido, pero un ladrido que sonaba como una ola. Desde entonces me sigue como si yo fuera su referente corpóreo en este mundo, corre conmigo en esta loca carrera por la individuación, como si al convertirme en alguien ella también ganara algo, lealtad perruna que nunca he logrado entender. Cuando se acerca alguien ella actúa como si la llevara con una correa, como si fuera posible llevar a una perra de agua con una correa, a veces cuando la cosa se pone peligrosa se pone a ladrar y me calma con el sonido de las olas, ella siempre se adapta a las circunstancias, una vez que fui al puerto me encontré con un barco que transportaba arena para gato y ¿saben qué hizo? ¡Maulló! Tuve que comprarle 5 kilos de arena para que se quedara tranquila y al llegar a casa nunca la usó, porque no tenía la necesidad de hacer necesidades, aunque siempre que se subía a la cama mojaba la cama. No sé qué haría sin mi perra de agua, es lo único estable que tengo, aunque a veces toma la forma de un oso o de una lechuza, es lo que menos cambia a mi alrededor, cambia menos que mis amistades, que mis trabajos y mi identidad, es lo menos líquido que hay. En cierta ocasión intenté imaginarme mi vida sin ella, y resultó ser una vida solitaria, un poco volátil, algo deprimente, y parece que la perra de mierda hubiera olido mis pensamientos y se adaptó a ellos, no volvió a ladrarme, no volvió a entrar a la casa, y una tarde en que nevaba y hacía mucho frío se congeló frente a mi puerta. Me di cuenta al día siguiente cuando abrí la puerta y la boté sin querer, rompiéndola en mil pedazos. Fue un día muy triste, pero por lo menos me quedé con harto helado que comer.

lunes, 3 de febrero de 2014

El obsceno pajarón de la noche

Mi padre quería que yo fuera alguien en la vida, y no sólo porque eso nos sacaría de la pobreza, sino porque le daría honor a nuestro apellido, me ahorraría el sufrir la misma marginación que experimentó él durante su vida. Mis opciones de ser alguien en la vida se habían estancado al salir de la universidad. Escribí un libro, pero necesitaba plata para publicarlo. Entonces apareció don Jerónimo de Azcoitía, y desde entonces que no dejo de repetir su nombre, Jerónimo de Azcoitía, Jerónimo de Azcoitía, incluso cuando mi odio no tiene a quien dirigirse digo Jerónimo de Azcoitía y todo parece diluirse ante la autoridad de su nombre.

Él me financió y al libro le fue bien. Luego me convertí en su mano derecha mientras escribía el segundo. Él tenía una mujer muy joven y muy hermosa. Estaban tratando de tener un vástago, pero la semilla Azcoitía se negaba a reproducirse, así que yo le presté la mía para honrar mi propio apellido. Así nació Junior.

El niño vino con infinidad de malformaciones y enfermedades, era un monstruo repugnante, y después de que mi patrón le dijera al doctor Azula que le salvara la vida a cualquier precio, quedó aún más repugnante. Cuando estuvo estable, creó una sociedad sólo para su hijo, una sociedad enferma llena de monstruos, habitada por los más desgraciados fenómenos de circo. Comparado con ellos, Junior era hermoso.

Así creció aislado del mundo real. Yo era el único allí sin alguna deformidad física, por lo que a ellos les parecía un monstruo. Se reían de mí y me acosaban y me denigraban constantemente. Cuando traté de irme, el doctor Azula me detuvo y me amarró a una camilla donde comenzó a arrancarme los miembros que luego le implantaba a los monstruos; les daba mi sangre, mi piel y mis ojos y yo me reducía mientras ellos se volvían personas normales. Quedé reducido al 20% de mí y así huí a una casa donde un montón de viejas locas esperaban su muerte.

Yo no hablaba mucho, así que me llamaban el Mudito. A las viejas les gustaba hacer paquetitos con todas las cosas que tenían y tejían y se regalaban chombas para pasar el frío. Había allí una niña huérfana de 15 años a la que le gustaba hacer nanai con el Gigante, que siempre andaba con una cabeza de papel. Una noche tomé la cabeza del Gigante y me hice pasar por él para hacerle nanai, y después le arrendaba la cabeza a todos los hombres de la población para que hicieran lo mismo. La niña quedó embarazada. Las viejas creyeron que el espíritu santo la había preñado y que la niña era una santa, así que se prepararon para recibirlo. La niña quería irse cuando yo le dije que conocía al padre del niño, que era rico y que sabía dónde encontrarlo, y ella me amenazó con cortarme la pichula si no la llevaba con él.

No había niño, las viejas me cambiaban los pañales, me daban papa y me sacaban los flatitos, pero al mismo tiempo me restringían, me encerraban en un paquetito para que yo no aprendiera a hablar ni a caminar, para que no llegara el día en que yo no las necesitara más. Me convirtieron en Imbunche.

domingo, 2 de febrero de 2014

De por qué no te quiero tanto

Te quiero, pero ambos sabemos que no de la misma manera en que quiero a los demás, no en la misma magnitud. Me limito a la hora de quererte, no puedo evitar limitarme porque tú siempre pones barreras entre nosotros, tú con tu mirada esquiva y tu falta de palabras me dejas fuera de tu mundo tocando inútilmente la puerta, preguntándome desconcertada si tú quieres tenerme cerca, si vale la pena quererte como a uno de mis amigos. A veces cuando me acerco a ti con la intención de demostrarte mi cariño, me paralizo ante tu barrera, porque te miro y no pareciera que estuvieras ahí, como si negaras continuamente tu existencia, y entonces pienso que a ti te parecería ridículo que yo te quisiera, que cuestionas la posibilidad de que alguien en este mundo pudiera quererte; que no mereces eso, que no mereces nada. Con ese conflicto me acerco a ti y al final caigo en la rutina de tenerte al lado, de hablar de mis cosas o comentar las tareas que tenemos en común mientras parece que tú fueras un espectador y no a quien van dirigidas mis palabras, como una mascota que escucha a su dueño hablando solo. No siento que pueda acompañarte ni que tú me acompañes; siempre estás solo, aun cuando estás conmigo, aun cuando estás con los que te consideran sus amigos, llevas la soledad a todas partes como un abrigo en un día soleado, así de innecesaria andas con la soledad como si siempre estuviera lloviendo, como si tuvieras la necesidad de protegerte de monstruos invisibles ocultándote en ti mismo. 

No puedo quererte como a los demás porque ellos sí me hacen sentir que soy valiosa, que soy una persona única, que si no estuviera ellos me echarían de menos; pero cuando estoy contigo ¡ni siquiera me miras!, soy como invisible, una voz que aparece junto a las otras que forman parte de tus fantasías , o incluso que se interpone entre tú y tus fantasías, y yo no puedo sentir que existo, que me valoras, que soy necesaria para ti, en cambio, siento que soy una molestia, que te incomodo. Sé que me escuchas, que en algún rincón de tu tormentoso corazón hay un espacio para mí, pero no porque me lo demuestres, sino porque me lo imagino. Asumo que como humano que eres tienes que tener cierta resonancia emocional ante lo que te digo, que no puedes ser tan insensible, y que si pasas tiempo conmigo es porque de verdad quieres estar junto a mí y no porque sea una compañía que apareció por casualidad en tu camino. Pero tú te esfuerzas en demostrar todo lo contrario con tu aparente indiferencia y tu actitud autosuficiente, y a veces me abandonas sólo para demostrarte a ti mismo que no me necesitas, que puedes estar de lo más bien sin mí, preparándote para el día (que asumes que siempre llegará) en que yo pierda el interés por ti y te deje. Si no fuera por ese miedo cerval que sientes ante la eventualidad de perder a cualquier persona, por esa fortaleza de fantasmas que sustituyen a tu propia autoestima, podría quererte mucho más. Mucho más.

sábado, 1 de febrero de 2014

El origen de plantas vs zombies

La ametralladora abandonó su nido en uno de esos recurrentes días de lluvia de jazmines. Varios pétalos cayeron del árbol junto a sus padres, una motosierra y un montículo de pólvora, que en el mismo instante en que su hijo llegó a la vida se lanzaron al vacío por el súbito terror de tener que cargar a alguien sin cortarlo, o sólo porque el viento en su soplar azaroso golpeó con más fuerza la rama en la que se hallaban... la ametralladora nunca lo sabría.

Chocando con el pasto sin querer disparó su carga, cual arma de fogueo. En ese momento sintió instintivamente que para eso estaba hecho. Había alcanzado la madurez cuando las balas salieron inocuamente de su cañón, en un estruendo parecido al que hacían las ratas cuando se apareaban bajos las indiscretas miradas de los árboles errantes.

Tenía que seguir disparando, disparando y disparando balas, porque las balas era tan suyas como el resto de su metálica consistencia; podía sentir a través de las balas allí donde ellas se posaban, y esa sensación era el sentido de su existencia, el objetivo que los sabios del bosque le hubieran impuesto si es que hubieran existido. Las balas tenían dientes, las balas engullían como un fuego todo lo que no tuviera la resistencia suficiente para oponérsele, para decirle no, no me comas, cómete a mi hijo, cómete a mi esposa, pero no a mí, no a mí, que no me gané un lugar en la quinta dimensión para ser engullido por un recién nacido.

La ametralladora se comía el alma de los seres vivos. Sobre todo de seres humanos, principalmente de seres humanos, que estaban aderezadas por el caos de sabores que generaba la problemática existencia de la consciencia y los miles de conflictos en los que se veían envueltos día a día. Cada contradicción que consumía su mente y la vorágine de sentimientos que experimentaban le daba un sabor característico al alma, generalmente un sabor trágico, que tentaba mucho más a las pequeñas ametralladoras que el anodino sabor de las plantas y los animales y los minerales.

Por intuición lo sabía, por eso buscaba humanos, aunque ocasionalmente en su camino, para no morirse de hambre, le disparaba a algunas flores, o unos pequeños helechos, incluso tuvo la suerte de encontrarse con un pajarito arcoíris al que derribó con una ráfaga que lo dejó exhausto pero satisfecho por un buen rato, porque el alma de ese pajarito se asemejaba mucho a lo que creía que podía ser el alma de los humanos.

Atravesó ciénagas hasta llegar a un lugar con muchas casas blancas y jardines bien cuidados, con plantas que no se curvaban hacia el sol por necesidad, sino por puro gusto. Se acercó a una para preguntarle dónde estaban los humanos, por qué no había visto ninguno en su corta existencia, si acaso se escondían de los rayos solares o huían de su presuntamente peligrosa presencia, revelada por los disparos al aire que hacía a veces con la esperanza de comerse el alma de una nube para probar cómo era. Pero las plantas no hablan, las plantas no se expresan, y así se lo hizo saber ella con su estatuismo y su muda protesta. La ametralladora, frustrada, posó su cañón en una hoja y se comió su alma.

Algo distinto pasó. Estaba tan cerca de su víctima que las leyes que gobernaban su proceso de deglución se confundieron, y en un caos de dientes y pólvora se comió a sí mismo, al tiempo que a la planta le salían dientes y lo comía a él comiéndose a sí mismo, confundiéndose también ella por su nunca adquirida consciencia en la de ese extraño que pretendía comerla pero que terminó formando parte de ella. Así fue como nació el primer híbrido entre planta y arma: la hoja metralleta.

Con su recién adquirida intuición herbácea supo que algo se acercaba. Quizá fuera el ansiado humano que esperaba o quizá fuera algo más lento que gritaba con palabras arrastradas BRAAAAAAAINS. Resultó ser la segunda opción, pues observó que desde la lejanía aparecía un no-muerto sobre el ocaso, y a su espalda habían muchos más como él que se acercaban a paso de tortuga hacia el jardín.

Entonces el guatón Juancholo salió de la casa. No lo había sentido en ningún momento, pero la hoja metralleta lo vio y, casi sin pensarlo, le disparó una ráfaga de balas verdes. Las balas rebotaron mágicamente ante el rostro impávido del guatón que veía que de repente sus plantas lo atacaban. Se sintió traicionado, triste y rabioso a la vez, pero luego miró al horizonte y se cagó de miedo. Se rascó la cabeza sobre la olla que usaba como casco y luego le rezó al tercer mundo para que lo librara del destino que lo esperaba, pero luego se dio cuenta de cómo se movía la hoja metralleta y comenzó a rezarle.

—Señorrrr por favorrrrrrrrrr no deje que los zombies se coman mi cerebrrrrroooo.

La hoja metralleta, que había adquirido la sabiduría de la tierra y de los bosques y del sol al hacerse uno con la planta, comprendió que lo que protegía de las balas a ese, el único humano que quedaba quizá en cuantos mundos a la redonda, era la olla que tenía en la cabeza para proteger su cerebro de los zombies que se acercaban. La conclusión lógica y verde era que tenía que acabar con los zombies para que el guatón Juancholo no necesitara ponerse el casco y así, desprotegido, pudiera comerse su alma.

Los zombies eran cada vez más numerosos. El ocaso ya era total, pero la hoja metralleta pudo ver cientos de ellos con conos, puertas metálicas y escaleras renqueando hacia la casa. Entonces les disparó miles de balas en miles de ráfagas a la distancia y algunos se deshacían en la tierra luego de recibir muchos impactos, pero sólo unos pocos, porque otros usaban las puertas como escudos y otros simplemente esquivaban las balas subiéndose a sus compañeros.

Era inútil seguir así. La hoja metralleta necesitaba ayuda. No sabía qué hacer, así que escuchó su corazón, un corazón que se extendía por todas sus venas y su sangre verde, que inundaba cada pequeña hoja disgregada en formas curiosas por la necesidad de adaptarse a su parte metralleta. Necesitaba ayuda. Necesitaba otros como él. Necesitaba un ejército de plantas que le ayudaran a acabar con la amenaza zombie.

Se liberó de sus raíces y ocultó la tierra en la que había permanecido anclado inalcanzables años. Luego expulsó todo el oxígeno que había acumulado y del que se había alimentado en las noches frescas para crear un portal del tamaño de una vaca que en vez de leche producía estrellas y que lo llevó a una dimensión paralela. 

En esa dimensión conoció a una bomba atómica, se casó con ella y sobre una cama de humo y azufre tuvieron muchos hijitos metralletas con un gran poder explosivo. Orgulloso por el rumbo que había adoptado su vida, se llevó a sus hijos consigo a su dimensión natal, dejando sola a su madre llorando lágrimas radiactivas.

Ya en el jardín del guatón Juancholo, se dio cuenta que cada uno de sus hijos tenía una característica que lo hacía especial. Algunos eran fríos, otros eran sensibles, o muy agresivos o muy tranquilos, con balas como agujas o como mazas medievales, pero todos tenían en común la cualidad de ser explosivos. No necesitaban engullir a los seres vivos: sus balas ni siquiera tenían dientes, explotaban en contacto con algo que no fuera aire. Su prole sólo servía para destruir. Habían salido a su madre.

El padre instó a sus hijos a que hicieran lo mismo que había hecho él con la planta que intentó comer. Les dio la instrucción de disparar con el cañón pegado al cuerpo de las plantas y le llamó a este acto "follar". El jardín se convirtió en una orgía de plantas y metralletas, pero luego se sumaron otros, porque algunos no se conformaron con las hojas ni los helechos ni las flores. Así fue como follaron rocas, chiles, papas, cactus, e incluso un gato al que le metieron el cañón por el culo sin darse cuenta.

Cuando tuvo su ejército listo, la hoja metralleta no sabía qué hacer. Se dio cuenta de que no era un buen estratega, pero luego se fijó en un nido de pájaros de sol que había en el techo de la casa y de las heces que habían directamente abajo, y tuvo una idea. Le encomendó a un par de hijos que follaran las heces y el resultado fue tan satisfactorio para ellos que se convirtieron en margaritas con caritas felices. Ellas tenían la habilidad de administrar el ejército por medio de un sistema monetario-solar, y así fue como organizaron el ataque a los zombies.

Los zombies eran innumerables, pero las plantas aguantaron por varios días y noches y lluvias de jazmines, hasta que no quedó ningún zombie ni muerto ni vivo.

La casa y su único habitante estaban a salvo, y la hoja metralleta estaba tan feliz que se comió a todos sus hijos como aperitivo para lo que venía, la degustación, por fin, de un alma humana, cuando su almuerzo se liberara de su protección. Sin embargo, el guatón Juancholo nunca se sacó la olla de la cabeza, porque lo encontraba un muy lindo sombrero.

Escama

Cuando nací comprendí que el vacío que precede a la existencia no puede llenarse con nada que no sea nada. Todo lo que uno haga en vida no podrá ni siquiera acercarse al vacío primigenio: ni la acción ni la inacción, la decisión de dar un paso o no darlo, esnifar o esnifarte. Correr en círculos, con la esperanza de que el movimiento evoque en tu centro un hoyo negro que te recuerde tu pre-existencia, no sirve de nada. Pero no puedes hacer otra cosa que correr en círculos.

Para crear nada hay que destruir. No hay que crear en absoluto, sólo destruir y borrar. Dar a luz es matarse a uno mismo, y creer que en tu vástago tienes una segunda oportunidad. Hay que ser fantasma, hay que ser bestia infértil y borrar todas las huellas de tus crímenes futuros. Lo que no se crea no existe, y lo que nunca existió nunca fue creado, o en algún momento fue borrado.

Para ello la mejor arma es la palabra porque todo lo que nombra lo destruye lo encierra en celdas de conceptos e ideas ajenas impuestas por personas que no conoces y que terminan por profanar todo lo que pretendes glorificar convirtiéndolas en nada.

Hermana de la palabra es la contradicción, según la cual lo que es arriba es lo que es abajo. Contradictorio es el abrazo cariñoso que te daba tu madre después de sacarte la cresta, es decir no cuando tu cuerpo dice sí, o viceversa. Con la seguridad de que no estás en un sueño, te sabes sobre un árbol y bajo él, te sabes pájaro y reptil a la vez. Te sometes a vorágine anticreativa y a través de la invalidación llegas a la nada.

La contradicción primaria: tú no existes.

(La escama es una lámina aplanada presente en la dermis de muchos seres vivos. Su función principal es la protección y el aislamiento)