martes, 23 de septiembre de 2014

El mago del vacío

Por cuánto tiempo repetimos hambre, vacío. Sólo la carne, la carne, la carne. El vacío es vacío: no hay nada más. Detrás de los universos hay vacío, el universo es el vacío mismo porque contiene el Todo. El Todo es la Nada, la Nada es el Vacío, el Vacío es el Hambre. Somos magos del vacío, estamos pegados en el vacío, el vacío de no saber qué es lo que se supone que lo llena. ¿La vida, las mujeres, las drogas? La droga sólo crea más vacío, expulsa las angustias que genera la condición de estar vacío y permite que este crezca tranquilamente en el interior. Pero también hay tanto placer… que a veces uno confunde el hambre de carne con el hambre de drogas, el hambre de vacío.

El mago del vacío no puede ser feliz. La felicidad tiene formas curiosas, y para que algo tenga forma tiene que existir, ocupar un lugar en el espacio (material o mental, da lo mismo), quitar segundos de vida a quien lo contempla. Pero como sólo hay vacío, no hay felicidad, no hay nada. Sólo pululan unos pequeños animales vacíos, sin forma, de una existencia distinta a todo lo que existe, que reclaman su presencia provocando dolor. Es la angustia por (¿o de?) el vacío, la principal razón que lleva a alguien a abandonarlo. Pero como el mago del vacío vive del vacío, hace malabares con el vacío como modo de subsistencia, no puede ir en contra de los bichos. Los abraza y se va a la mierda con ellos.

sábado, 5 de julio de 2014

Fono-monja

Recuerdo que con prontitud uno llama a las monjas. Fono-monja, necesito a alguien con quien hablar de mis virtudes. 10 avemarías por cada silencio. Es barato su precio, de qué vive entonces, de la virginidad, del relicario, de los salmos en la iglesia. Nosotras no estamos vivas, morimos el día en que decidimos hacernos monjas. Entonces es una actividad muy estúpida. Es necesario morir para conocer la divinidad. Pero esa divinidad es muy simple, sólo exige una muerte simbólica, sin ningún heroísmo; yo conozco otra divinidad que conoce la furia y que sólo come carne, que acepta como rezos los gritos de dolor y como sacrificio la violencia. Estarás corrompido para siempre si aceptas esa divinidad. La corrupción es mejor que la vida o la muerte, le da un halo de caos a uno, y no la tranquilidad que ustedes tanto propugnan, como si algo hubiera nacido alguna vez de la plenitud. No hay nada más que crear en este mundo. Entonces quédate con tu mundo mezquino, yo voy a llamar al fono-demonio.

domingo, 22 de junio de 2014

Yo no ser Mario Bros.

Camino por un campo cubierto de Ladrillos. Las montañas y los helechos se ven a lo lejos. No sé de dónde salen, cómo pueden crecer entre tanto concreto que los separa de la tierra. Bueno, yo también crecí en el concreto, supongo que de la misma forma de ellos; la vida se da en cualquier lugar, quizá en unas décadas más nazcamos en un tubo y un computador nos enseñe cómo vivir: la permeabilidad entre uno y otros, la omnipotencia de navegar en un espacio cibernético similar al espacio místico del sueño. Oh, wait...

Está despejado. Hay nubes que se mueven lentamente. Los rayos del sol (que intuyo, no lo veo, intuyo que existe y que está fuera de mi mundo pero que de algún modo me alcanza, sólo por el hecho de que el cielo es azul, y es sabido que el cielo no es naturalmente de ese color) rebotan contra su superficie esponjosa y le imprimen unos puntos muy similares a ojos. Las nubes parecen afligidas.

Avanzo para rescatar a la princesa. La extraño, pero sabía todo esto antes de involucrarme con ella: princesa es la que se deja raptar para probar el sentido heroico de su amado; princesa es la directora de una obra ancestral que repite incesantemente el arquetipo de matar al dragón y gozar, es la que posibilita una lucha que sin su debilidad, sin la estupidez de permanecer pasiva ante el reptil, no existiría. Pero su papel no es tan sacrificial, ni tan inocente. Todos sabemos que, en el fondo, le gusta el reptil...

Avanzo por los ladrillos sólo para encontrar más ladrillos volando sobre mí. Esto parece ser una paradoja, un error del espacio, porque tal fenómeno no tendría sentido de no ser por lo que pasó después, la alteración que provocó en mí el hongo que se movía por una fuerza imaginaria. El hongo avanza y yo lo sigo; no tengo intención de nada, sólo de salvar a la princesa, pero sin poderlo evitar mis pies me llevan a él, mi espalda se encorva y mis manos lo llevan a mi boca. No, no, no, no puedo distraerme con esas cosas, podría ser venenoso, podría hacerme engordar, podría hacerme ver esas cosas que veía cuando era adolescente, encerrado en mi pieza escuchando música, la puerta cerrada, pero mil puertas abiertas en mi mente; plantas en la ventana, orugas en las paredes, la lluvia que penetraba hasta mi cama y que era de fuego, de la que yo me ocultaba como me ocultaba de los reptiles que me esperaban afuera, que ingresaban todas mis acciones en un computador para saber mi rutina y después raptarme y llevarme con su líder en Neptuno.

No veo esas cosas, pero sí me siento más grande, más poderoso. Las cosas se ven ínfimas, soy más grande que los helechos y las nubes, aunque me mantengo en tierra, en los ladrillos, y ahora sí tiene sentido que los ladrillos floten sin causa alguna, ahora sí puedo reventarlos a cabezazos (sólo por gusto), y también veo otros que brillan como monedas, que seguramente tienen monedas adentro, pero que no toco aunque quiero tocarlos, porque quiero monedas para comprarme una mansión y llevar a la princesa, pero las paso de largo en una caminata que no puedo controlar, que sigue sin parar sobre los tubos sobre las plantas sobre tortugas que se me aparecen y que no tienen la culpa de nada pero que yo piso sádicamente y cuando mueren tiro las conchas que a una velocidad supersónica también matan a sus amigos en mi marcha sangrienta.

Saaaalto, saaaaaalto por culpa de los hongos que se atravesaron en mi camino, y también maaaaato, maaaaaato a las tortugas que se atraviesan en mi camino, sólo para encontrar a mi princesa, para cumplir con mi destino heroico, resolver la mazmorra, matar al dragón, acostaaaaaarme con la princesa y pedirle a la cigüeña muchos hijos para que se críen en una isla llena de Yoshi's y no con nosotros porque yo la quiero sólo para mí, la cama exclusiva para los papás y no para hijos entrometidos, sólo me basta con saber que existen, que aunque yo me muera mi legado sobrevivirá, y que algún día ellos también se embarcarán en la aventura de salvar a su propia princesa, o quizá más bien tengo la esperanza de que no hagan eso, que encuentren otra opción y se atrevan a llevarla a cabo: quizá espero de ellos que puedan revelarse contra este destino que no elegí, contra el control de mando que está al otro lado de la pantalla y que maneja mis pasos; quiero que ellos puedan mover sus pies a voluntad, que vayan a las nubes, a los árboles, qué se yo, pero que no sigan por este camino de ladrillos que hemos atravesado yo y mis antepasados, que después de tantos años en nuestro inconsciente nos causan hastío, siempre lo mismo.

Espero que ellos sí puedan redimirme y acabar para siempre con este juego que llaman vida.

domingo, 18 de mayo de 2014

Purifi Chama

Me fui a tomar después de la pega. Necesitaba un tiempo de relajo después de días de dale que dale que dale haciendo cosas que no recuerdo pero que no me dejaban tiempo para respirar. Me costaba acostumbrarme al ruido de las personas, como si de alguna manera el mundo se hubiera congelado durante esos días y me encontrara ahora con que todo ha seguido su movimiento, sólo que sin mí. Cuesta incorporarse a la vida después del trance de la productividad.

El Gastón Bachelardo se sentó en mi mesa. Había olvidado que ése era el día especial que ocurre una vez cada 7 años, el día en que el ermitaño abandonaba su ermita para volver a la sociedad. Necesitaba hacerlo porque si no, se le hubiera olvidado que era humano. Por primera vez sentí que teníamos algo en común.

Lo saludé y le pregunté irónicamente sobre su esposa y sus hijos inexistentes.

—El cisne Nada se refleja en la noche. El agua lo sueña en sus ondas lumínicas.

Eso significaba que él estaba bien, en el idioma del singular Gastoncito Bachelardo. Yo pedí un trago y él pidió un vaso vacío. Cuando los trajeron a la mesa, sacó una cantimplora de su poncho. Vertió un líquido que era igual de cristalino que el agua, que incluso sonaba como el agua, pero si era agua, ¿por qué no la pidió directamente al mesero? Dejó el vaso medio lleno y sorbió. Me lo ofreció cuando quedó medio vacío. Yo lo acepté, cómo no lo iba a aceptar si estábamos compartiendo, si eligió sentarse conmigo después de 7 años de estar perdido voluntariamente en el bosque, alimentando a los zorros y los búhos y los helechos, interrogando al fuego por las noches y a las plantas por el día.

En un primer momento me pareció agua, pero luego el líquido llegó a mi estómago como un río de lava. Ardía por dentro como ningún trago me había hecho arder antes. Sentía que mis entrañas se deshacían, que mis jugos gástricos se evaporaban mientras el mundo adoptaba una tonalidad roja delirante. Realmente esa agua era fuego encubierto.

El Gastón se estaba riendo.

—Purificación chamánica —dijo.

No le creí. Eso era saliva de mantícora.

viernes, 9 de mayo de 2014

Capitalismo culiao

Nos cortaste. Con una carita feliz nos cortaste. Tu amor por las ciencias duras, por lo material, por el goce de ver-tocar-sentir hizo que sacaras tu cuchillo y nos escindieras para que nos pareciéramos a todos esos objetos que poblan al mundo y que a ti tanto te gustan. Por tu egoísmo psicópata nos redujiste a seres individuales para poder asirnos, mirarnos, controlarnos, absorber nuestras capacidades para saciar tu hambre infinita.

Dármata estaba unido a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus padres, a todo el mundo cuando construiste tu primera torre y lanzaste los cuchillos. No siquiera pudo verlos, tan universal era su percepción que un pequeño filo no iba a reclamar su atención. Él estaba inmerso en una conexión global que era de carne (no de bits como ahora), pero cuando la cortaste no sintió nada. Nadie sintió nada el día en que el capitalismo destruyó el vínculo. El shock era tan grande que sólo se sintieron sus consecuencias años después. Dármata se puso a trabajar en una empresa y murió solo.

Murió solo, todos en adelante murieron solos, vivieron solos pero a nadie le importaba porque la caca tenía formas muy atractivas. Era satisfactorio ver que después de deslomarte en tu pega podías comprar mierdas cada vez más caras. El capitalismo había rugido, y con su rugido dotó a todos de sus propios gustos. La coprofilia se volvió universal.

Pero ya no hay carne, hay puras murallas que con su matemática exacta configuran una sociedad para el hombre solo. Las paredes y las puertas nos impiden ver las selvas y nos obligan a escuchar (sin darnos cuenta) los rugidos del capitalismo que nos dice en todo momento lo que tenemos que hacer, lo que tenemos que desear, lo que tenemos que valorar. En la tele en la radio en los libros en internet en la gente. EN LA GENTE. Su mayor victoria es que ya nos alienó, transformó a nuestros padres en sus voceros, y a nuestros padres no podemos oponernos. Y aunque lo hiciéramos, un poder mucho más grande actuará sobre nosotros: la sociedad.

Si por algún azar de nuestra configuración genética nos negáramos a escuchar al capitalismo, nos enfrentaremos a su as bajo la manga, su hijo predilecto: la conectividad. Tan parecida es al vínculo de nuestros ancestros que nos fascina, nos atrae, no podemos rendirnos a ella. Nos sumamos a la orgía informática conectándonos a estos miles de gadgets que nos permiten soportar el vacío que nos dejó el capitalismo. Nos hipnotizan los números binarios para mantenernos en la ilusión de que la red de relaciones nunca se perdió, que ningún capitalismo destruyó el vínculo desde su torre. Nos aferramos a la idea de que el que está al otro lado de la pantalla es un ser humano, y que al decirle "hola" nos estamos relacionando con él. Tan satisfactorio es para nuestra mente, que todos los días repetimos hola a cientos de personas que no están junto a nosotros pero que por poner "me gusta" nos hacen sentir menos solos.

(Mira a tu alrededor. ¿Acaso hay alguien ahí? ¿Acaso tú estás ahí?)


"Hay toda una serie de máximas en el mundo de hoy que van en ese sentido de obligar al sujeto a ser sujeto sin Otro, a tener que resolver su subjetividad sin Otro, en un ego exitoso sin poder nombrar qué modos de síntoma, de dificultad, de fallo, se juegan para él, lo que le une y le desune del otro." (Carmen Gallano)


El capitalismo es Alduin, el dragón negro que devoró al mundo. Nosotros vivimos en su interior consumiendo sus entrañas infinitas que no quitan el hambre pero que todos buscamos porque no hay nada más. Eternamente insatisfechos nos movemos en esa caverna oscura buscando lo que afuera hacía felices a nuestros ancestros y que nosotros nunca tuvimos la oportunidad de vivir. Ni siquiera podemos reconocernos entre nosotros porque estamos tan infectados con los fluidos del dragón que todos nos parecen peligrosos. Sólo hacemos el amor para restituir el placer olvidado de estar vivos sin el capitalismo.


Hay que salvarse solo. Tenemos un espacio propio limitado por paredes, una página propia en Facebook, un nombre, un carnet de identidad, por lo que seguramente debemos ser Uno, cierto ser individual que ocupa un espacio en el mundo material. Por lo tanto, nada más importa que Uno, tenemos que avanzar por nuestro propio camino porque somos los únicos que podemos otorgarnos el goce de comprarnos un auto, de adquirir el último juego el día de su lanzamiento, de decirle a quien nos conozca que tenemos un trabajo y una pareja, que no somos unos fracasados. Hasta formar descendencia está motivado por el placer de Uno…

¿Acaso importa, entonces, esa antigua red de carne, si tenemos tantas cosas con las que sustituirla?
Como expresión patológica de los efectos adversos del capitalismo, puedo decir que nada es suficiente.

martes, 22 de abril de 2014

El erudito en el cuarto oscuro

Quiero comprenderlo todo, menos a mí mismo...

El erudito vivía en el cuarto más recóndito del castillo, donde la penumbra era tan densa y el silencio tan abisal, que no distinguía el día de la noche. Tampoco le importaba: allí tenía sus libros, sus plumas y papiros, todo lo que necesitaba para alimentar su alma y alcanzar el objetivo de comprenderlo todo. El único inconveniente de su guarida era la oscuridad, aunque también era su motivo de mayor goce. Sin oscuridad su actividad no tenía sentido; sin el misterio, el conocimiento no tenía nada que revelar. Aun queriéndola, se pasó la vida tratando de eliminar la oscuridad.

El conocimiento era la luz. A medida que estudiaba los libros de la biblioteca, que dominaba todas las áreas del saber, la habitación se iluminaba. Cada vez que aprendía algo nuevo, podía ver con mayor nitidez las cosas de su guarida. No eran muchas, después de todo, pero el ver esos elementos materiales también tenía un correlato mental: su concepción del mundo era más amplia, sus imágenes de la naturaleza y sus espíritus eran mucho más claras. La luz desplazaba a la oscuridad en todo sentido.

Sin embargo, a veces veía la luz apenas como una pálida bruma en un universo oscuro. Sentía a ratos que la luz no era real, que era pura ilusión. La oscuridad seguía ahí, invadiéndolo todo, llenando cada espacio del Todo. Su labor de adquirir conocimiento no era más que un juego alienante para darse seguridad en la oscuridad. El misterio era insondable, cualquier intento de describirlo era inútil, la verdad no existía.

La duda era temporal. Luego seguía disfrutando de la lectura, el análisis y la creación de un conocimiento que eran tan infinito como el universo. Pero siempre tuvo esa inquietud, la sospecha de que lo que hacía no obedecía a una necesidad intelectual, sino a algo mucho más profundo -y profano- a lo que no podía acceder.

Lo que el erudito no sabía es que la oscuridad no estaba en la habitación: estaba en él mismo. Era su propia oscuridad la que necesitaba combatir, pero como él creía que estaba afuera, sus esfuerzos fueron dirigidos a la comprensión de la naturaleza externa. Se distrajo indagando en áreas muy abstractas, complejas y lejanas para evitar pensar en sí mismo. Por eso a veces veía la luz como una ilusión, porque no sabía nada de su propia oscuridad, la verdadera oscuridad que lo afligía. En realidad no soportaba la idea de sentirse solo en la oscuridad. Mejor llenar su guarida con pensamientos vacíos sobre cualquier cosa que enfrentarse a su propia indefensión…

jueves, 17 de abril de 2014

La ira de Razabal

Razabal estaba muy furioso porque le cayó un fardo del porte de un molino en su patria la España coja. Cuántos gigantes habían muerto llevando esos fardos desde el Olimpo. Dioses torturando, otrora pelando a los prelados de la tierra. Razabal no podía soportarlos, esas caras sin muecas, esos ojos inexistentes, vacío allí donde debían haber cuencas. Eran antropomorfos, después de todo, humanos más grandes. Pero a él le molestaba encontrarse algún parecido con esos deformes.

Pateó una piedra con el poder del trueno. Sonó el estruendo hasta en la China, en cientos de templos donde se practicaba Tai Chi. A Razabal no le importó sentir la desconcentración de los chinos. La rabia era superior, porque como no se podía ametrallar el poto tenía que seguir levantando el fardo con los tres brazos, llevarlo por el camino de la cruz, recordar al mártir, llorar al mártir y luego verter unas gotas de aceite en la poción de las putas.

Sumiso en la época del Todo, Razabal siguió su camino ignoto. La ira no cegaba a los ciegos: les daba poder. Así fue como encontró la mortalidad de las antipiedras. Se hundió en sus texturas suaves y les clavó un ojo con una espina. Así se deshacía el hechizo. Sólo que luego su brazo se convertía en una quimera hambrienta y tenía que esperar unas cuantas horas a que recuperara su color tornasolado. Era una paja, pero a Razabal poco le importaba nada.

Quería vengarse. Rajarlos por las nalgas. Pero los fardos se aparecían en sus visiones de noche y luego la luna le guiñaba un ojo. Tantos ojos; quería vomitar ojos, pero eso hubiera sido muy anarquista.

La ira de Razabal no remitía: era un cauce infinito en los límites de la tierra. Los pájaros volaban hacia abajo por las aguas cuando Razabal seguía con su fardo. Quizá era la bandera de España, ese reflejo tras el arco-íris de las gotas lo que lo animaba. La patria perdida pisoteada. Él pisotearía las piedras. Sin piedras no se construye nada sobre la mierda. A menos que se use mierda como el principal material del mundo. Así había sido en todos lados.

Despertando sobre Shi Ryu parecía que la ira había degradado su color característico, mas no era nada más que un cambio temporal en las constituciones del Tao. Su camino era sin desvíos, los constructores habían muerto de inanición antes de que se les ocurriera otra alternativa. Sólo la clave de Parménides les había permitido seguir con vida. Letras que se graban con fuego en sus espaldas.

Sin embargo, la ira era un rojo día. No hay ira sin rojo día y el día no es tan rojo cuando no hay ira. Aunque el día parezca eterno la ira se acaba algún día. Para eso es que trabajan los magos en la cima del monte, ¿no?

martes, 8 de abril de 2014

Escama del círculo adictivo

—Mis papás no me pescan

—¿Por qué no te pescan?

—Porque estoy too el día volao

—¿Y por qué te vuelas?

—Porque mis papás no me pescan

martes, 1 de abril de 2014

Pensamiento marihuanero

La marihuana nos había relajado. Como sentía mi mente más despejada, me puse a pensar. Recordé la visión que había tenido horas antes: la vejez de las tres i: infinita, imposible, inconmensurable. La decrepitud absoluta sobre una montaña, como un elefante en la India que montara otro elefante-montaña. Siempre me ha parecido que las montañas son como lomos de mamut, o a veces sus patas. Pero siempre dan esa sensación de grandeza, la misma que sentí con la vejez personificada. ¿Por qué sería tan grande? ¿Acaso es la contraposición de la pequeñez de nuestras muertes, ahogadas en cementerios cada vez más diminutos, con lápidas que son el único rastro que queda de que alguna vez existimos sobre la tierra, aunque nos queda una eternidad bajo ella? ¿Acaso es más grande la perspectiva cercana a la muerte, la vida con las tres i: inmóvil, inválida, invisible?

—La vejez es tan mierda... —dije involuntariamente por un estrategia de infiltración interna de mi pensamiento en mis cuerdas vocales.

—Yo quiero ser abuelita y contarle a mis nietos que me culiaron en un cementerio para perros. Más respeto con tus mayores.

—Polvo fuistes y en polvo te convertirás.

Miré al cielo por el balcón y no había ninguna estrella. Hacía años que no veía estrellas. Si ellas nacen del polvo que deja la transformación de la materia —la muerte, en términos humanos— ¿significaba entonces que su no-existencia se debía a que nada se descompone como antes? Ya nadie muere, sólo envejece para permitir que otros organismos se mantengan con vida, también envejezcan y perpetúen la putrefacción, en un eterno limbo de descomposición que nunca lleva a la destrucción total. La nueva muerte es la vejez.

sábado, 29 de marzo de 2014

Se puede vivir sin poncho

Señora, que no le dé un soponcio pensar sin su poncho, si la preocupación también sirve para calentar el cuerpo. Piense en su marido mientras hierve el agua, recuerde la guerra en la que está inmerso y de la que difícilmente saldrá con vida. Su piel calenturienta (con tendencia al calor, aunque le parezca ridículo), se encenderá con la preocupación. No necesitará estufa ni mate. Será un sol, aunque déjeme decirle que siempre ha sido un sol, nada más que a veces se apaga por el frío que congela su pensamiento en tiempos pasados y muy seguros, donde tenía todo fácil y la guerra sólo era un cuento que le contaba su abuelita para contrastarla con la paz que vivían en la casa. Nada de preocupación le dejaba el cuerpo frío, señora, por eso usaba su poncho negro, esa tela indecente que llevaba a todos lados, a la fiesta que sus hermanas hacían una vez al año celebrando la luna azul, a la feria de las pulgas donde vendían cosas mucho más lujosas, incluso cuando nació su octavo hijo estaba con su poncho, por eso el Moncho le salió tan negrito y desaliñado. Usted no lo sabía, pero yo sí, yo escuchaba cómo la pelaban las viejas por su poncho, decían que usted se creía la muerte y en realidad se veía como un murciélago con las alas rotas, que usted no era la muerte, se resistía obstinadamente a la muerte, clavaba su colmillo (que era su bastón) en el corazón de las chiquillas y les quitaba la vitalidad, la saboreaba todas las noches, la consumía en la penumbra de la mansión que le heredaron sus padres, para que así al otro día usted apareciera de nuevo con su poncho. La chiquilla seguía en pie pero como sin alma, sin la chispa que antes refulgía en sus ojos y que nadie recordaba después de hacerse prostituta. De ahí mi estrategia, la destrucción de cuajo del objeto perverso. Podría parecerle cruel, pero ese poncho era la perdición de su vida social, no importaba lo amable y sonriente que fuera con los demás, siempre que posaban su mirada en esa tela oscura y deshilachada se ponían contra usted, porque era tan feo…

Ahora no lo necesita, ahora que le di el datito no necesita ningún poncho, tiene el calor asegurado para el resto de su vida, puede ponerse vestidos fresquitos en invierno y ser la envidia de las vieja de la población; siempre, eso sí, mientras piense en su marido, en su pobre marido que está ahí aullando en la nieve por las balas que le sacaron con un cuchillo hirviente, por el ojo que le reventaron con la culata de un escopeta, por el recuerdo migrante de las cuatro noches de tortura en el búnker enemigo, el muñón propagando la sangre por el infierno blanco...

miércoles, 26 de marzo de 2014

...

[...]
...o mejor te mato.
La espada tiene esa graciosa dualidad [de penetrar y generar vida o anularla].

domingo, 9 de marzo de 2014

De cómo terminaba Freud sus cartas a Jung

Su amigo.

Su fiel amigo Freud.

Su incondicional Freud.

Uuuuuuuuuuuuy!

Freud y Jung jugaban al papá y al hijo. Jung veía en Freud un maestro, un genio que había elaborado una nueva forma de concebir la mente humana y la psiquiatría (aspectos que él apenas empezaba a explorar, pero de los que ya se encontraba insatisfecho con las ideas predominantes), y esperaba aprender mucho de él. Freud, por su parte, veía a Jung como carne joven (young) para su recién fundada teoría, un digno sucesor que difundiría las "verdades" del psicoanálisis cuando él no estuviera y que lucharía en contra de los que la criticaran. En su correspondencia era común que se trataran explícitamente de padre e hijo (hubiera sido raro que no se dieran cuenta de ese simbolismo, si el psicoanálisis trata justamente de eso).

Pero el hijo creció muy rápido. Había estudiado y había producido conocimiento al igual que su padre. Sin embargo, sus experiencias lo llevaron por otras vertientes muy lejanas a Freud y a la psiquiatría en general. La diferencia principal, y la que terminó por romper sus relaciones, era que el hijo (¿inocente aún?) no pensaba que toda enfermedad mental tuviera un origen sexual. Y claro, ése era el elemento central de la teoría del padre; él sólo pensaba en el manguaco. Su alejamiento teórico también tuvo que ver con el hecho de que Freud quería hacer del psicoanálisis un dogma, y Jung se negaba a aceptar verdades incuestionables.Visto así, parece como si su teoría se forjara desde la tendencia adolescente de contradecir a la figura de autoridad.

Freud, como padre autoritario que era, no toleró las ideas revolucionarias de su rebelde hijo. Hizo el intento (o simuló hacer el intento) de analizar algunas de sus ideas, pero desde una perspectiva tan limitada que no hacía más que desecharlas. Después empezó a darse cuenta de los poderes místicos de Jung y eso debió atemorizarlo. Terminó con él por correspondecia, como un caballero.

Pero bajo toda esta pelea teórica creo que había chocapic. Era obvio que había tensión sexual entre ambos. La primera vez que se encontraron hablaron 13 horas seguidas. Fue amor a primera vista disfrazado por interés científico. Disfrutaban de jugar al papá y al hijo en una discreta evocación del incesto homosexual. Quizá la verdadera razón de su rompimiento fue que inconscientemente intuían la atracción que había entre los dos. Durante sus últimos encuentros, Freud se desmayaba (literalmente) como una damisela cuando aparecía Jung. El peligro de que esa verdad aflorara a la consciencia generó el rechazo y el eventual rompimiento.

En resumen, se tenían ganas.

jueves, 6 de marzo de 2014

Bolaño

Alguien me dijo que yo podría ser el próximo Roberto Bolaño… o sea que podría irme de Chile y leer mucho, vivir en México y leer mucho, ir a la Argentina y leer mucha poesía, leer a los griegos (a Homero, a Tales de Mileto, a Solón de Atenas, Hiponacte de Éfeso, Jenófanes de Colofón, Teognis de Megara y a Alcmeón de Crotona, a Zenón de Elea y a Tirteo de Esparta, a Anacreonte de Teos, Arquíloco de Paros, Estesícoro de Himera, Safo de Mitilene, y a Píndaro de Tebas), leer sobre la segunda Guerra Mundial, saberme el nombre de todos los generales de la Alemania Nazi, volver a Chile y tomar vino imaginario con Neruda, ir a España y leer mucho, trabajar como poli y leer mucho, frecuentar prostitutas, criticar a los críticos, tener hijos y encomendárselos a los sabios antiguos, enfermarme de leer mucho, morir y leer mucho, pero ¿escribir? ¡jamás!

La gente dice muchas cosas.

domingo, 2 de marzo de 2014

Aspirando pescá seca

No sé si lo sentí hoy al despertar, en la mañana cuando caminaba al trabajo, o si en realidad nunca he dejado de sentirlo desde que me vine a esta ciudad. Lo cierto es que ese olor era una llamada irresistible, me atrajo como el canto de una sirena, una sirena que no se había bañado hacía mucho, que fue secada al sol por mil años después de morir, pero que aun así encontraba atractiva. Eran diez años, diez años desde que olí la última pescá seca en los puestos frente al mar. Sentirlo ahora era una ruptura en el tiempo-espacio, era un olor tan anacrónico, tan discordante con la naturaleza de la metrópoli (sin los gritos de las gaviotas, ni los del viento, ni los de las olas moribundas), que tuve que mandar todo a la mierda para hallar el origen de ese olor.

Era un callejón, el callejón era la guarida de una madre seca que vendía a sus hijos, miles de huevos que crecieron para ser envejecidos a la fuerza. No conocía las artes de esa mujer, pero sabía que debía ser poderosa por traer estos fetiches a la capital, quizá rompiendo todos los tabúes de su tribu del sur llegó con su saco de especies muertas a esparcir la peste, o el olor de la nostalgia. Al verla sentí como si hubiera soñado con ella la noche anterior, ella era la que me traía agua dulce cuando nadaba en la sangre, y era a la vez cuervo y anti-sirena. Era muy muy vieja, al punto que sus arrugas velaban sus ojos y la hacía parecer ciega, o en todo caso daba la impresión de no necesitar de la vista porque estaba tan cerca de la otra vida que más que a sus sentidos, obedecía a una intuición que me trascendía a mí y al mundo. Vestía un poncho negro. Nunca había visto un poncho negro.

Le pregunté que a cuánto vendía las pescadas y me dijo "tres a mil pesos, caserito", y yo sentí con sus palabras que esa mujer me amaba más que nadie, que era la única mujer que me amaba. Me horroricé ante esa perspectiva, porque nunca había relacionado algo tan oscuro con el amor, así que perturbado saqué un billete de mi bolsillo y se lo di a la anciana, que a su vez me entregó un paquete con las pescadas como un maestro le entrega una enseñanza muy importante a su discípulo, o como si me diera el poder para destruirlo todo. Quise preguntarle si era una machi, pero no me atreví. Me fui con las pescadas en la mano y muy aturdido.

Al volver a mi casa, cerré la puerta muy rápido y cerré las cortinas deseando que fuera de noche. Saqué las pescadas del paquete y las olí. Fui al lavadero y las olí. Me senté en el suelo y las olí. Me tiré en la cama y las olí. Al principio el olor era un flashback. Volví a los puestos frente al mar, donde señoras gordas vendían pescá seca y donde todos eran sus caseritos. Había una niña con una de las señoras. Era una niña muy linda y era muda. Se llamaba Maribel, pero no sé cómo supe que se llamaba Maribel, quizá el nombre lo inventé, quizá la nombré así porque se parecía a mi primer amor y necesitaba estar cerca de ella por lo menos a través de su reflejo mudo. Ella estaba todo el día ahí con su madre mientras yo estaba todo el día trabajando cerca y la veía cada vez que abandonaba el local. Allí todos tenían ese olor a pescados y mariscos, pero ella no tenía olor alguno. Era tan joven que los olores a muerte y miedo no podían invadirla.

Sin embargo el olor me llevó a ella, un episodio tan intrascendente que pronto se acabó el flashback, y caí en una especie de trance nauseabundo blanco. Seguía oliendo porque no quería dejar de oler. Cada vez que alejaba la nariz me sentía vacío y debía acercarme de nuevo. Necesitaba aspirarlo, tenía que absorber todas sus partículas porque esa era la única forma de salvarme.

Mi gato se subió a la cama atraído por el olor. Se acercó poco a poco, hasta que pronto estuvo tan pegado como yo a la pescada. La olimos los dos, yo era un gato y mis sentidos no podían evitar acercarse a ese olor porque era un olor tan fuerte que venía desde el pasado reclamando cosas inconclusas quizá vengándose de la poca atención que le presté a los pescados vivos que me habitaban y que se murieron y se secaron porque yo no me atrevía vivirlos y a convertir sus ancas en lo que los demás llaman "el irresistible acto de integrar lo bueno y lo malo". Entonces en vez de piscis me convertí en acuario. Por dentro agua, por fuera nada. ¿O era al revés?

Nunca voy a dejar de aspirar pescá seca. Soy el primer gato que vive con un pescado y no se lo come.

viernes, 28 de febrero de 2014

La tragedia de los reptiles

Protección

Las escamas protegen, pero también pesan. El precio por no ser lastimado es soportar la carga de ese mecanismo. Como una gran caparazón flexible, las escamas limitan, entorpecen; no dejan que te muevas libremente. Sabes que no puedes volar como un halcón, ni correr como una gacela. Pero también sabes que ellas son muy frágiles, que experimentarán un dolor que tú nunca sufrirás por tener escamas, que probablemente morirán antes que tú. Ves a muchas generaciones de halcones y gacelas volar y correr, vivir y perecer, mientras que tú los sobrevives a todos, tienes una vida larga y sin la eterna tragedia de esos animales feroces. No puedes evitar envidiarlos.

La seguridad es inversamente proporcional a la libertad. Renunciamos a la noche por el calor de una hoguera, renunciamos a los bosques y las praderas por las paredes de un castillo. Ponemos rejas en nuestras ventanas, evitamos salir de noche, instalamos cámaras en todos lados que nos hacen sentir vigilados. Creamos leyes que nos prohíben hacer ciertas cosas y que actúan (hipotéticamente) de la misma forma para todos, como temiendo que nosotros mismos cometamos esos crímenes a los que tememos. Aunque queramos salir desnudos a la lluvia, no lo hacemos por temor a enfermarnos. Necesitamos reprimir nuestros deseos para protegernos. En última instancia, necesitamos escamas.

Aislamiento

Las escamas son ciegas porque su única función es proteger, y para proteger te aíslan. Te encierran en una fortaleza de acero para que nada pueda penetrar en ella. Si tu piel está cubierta de escamas, no sentirás tanto dolor al ser lastimado, pero tampoco sentirás placer al ser tocado. Es una protección de doble filo: te aísla tanto de lo bueno como de lo malo, de la caricia y de la puñalada, de la alegría y del sufrimiento. Te sientes seguro con tus escamas, pero a la vez sientes una intensa insatisfacción por todas las cosas de las que ellas te privan. Te mantienen con vida, no sufres ningún rasguño, pero esa vida es vacía, porque está desprovista de las experiencias que te hacen humano. Te dejan al margen de todo, pero no del dolor de saberte al margen de todo.

Sin embargo, pronto la protección será absoluta. A medida que pasa el tiempo, las escamas se funden con tu piel, hasta que un día serás tú mismo una gran escama: impenetrable, indiferente, eterna.

La escama es el camino de Buda.

domingo, 23 de febrero de 2014

¿Lizowl? ¿Desde cuándo los búhos tienen escamas?

Los búhos no necesitamos protección; nosotros tenemos plumas, unas plumas que no sólo sirven para mantenernos en el aire, sino también para alertarnos de la presencia de los depredadores. Las ondas sonoras de sus pisadas (o de sus aleteos, o de sus llantos) atraviesan nuestras finas plumas y nos alertan del peligro, en un doble esfuerzo perceptivo de tacto y audición. Así podemos huir (o atacar) mucho antes de que alguien piense en clavarnos sus garras.

También tenemos alas. ¿Para qué querríamos escamas teniendo alas? Nuestra naturaleza es volátil; nuestra ventaja es la agilidad. Tenemos toda la atmósfera para movernos, para esquivar y estar seguros. No tenemos que soportar las inclemencias del clima, las zarpas de los animales terrestres, el ruido de los vecinos. Podemos ir adonde nos sintamos más cómodos. Si está lloviendo, buscamos una oquedad en un tronco. Si eso no le parece bien a una ardilla, buscamos otra. Así nuestro cuerpo está preparado para movernos y para saber cuándo y dónde movernos.

Las escamas sólo nos entorpecerían. Nuestra protección no es material, no necesitamos una armadura que nos cubra. Nuestra verdadera protección son nuestros sentidos, que nos indican cuándo hemos de protegernos. Nuestra constitución lo posibilita porque confiamos en nuestros instintos, lo que requiere una vigilancia continua pero a la vez nos permite salir ilesos y ser libres. Sólo somos débiles ante los que tienen nuestras mismas características: las águilas y los cuervos. Pero todos debemos tener algo que nos haga sufrir; sólo así se mantiene el ciclo de la vida.


jueves, 20 de febrero de 2014

Lo que debería aprender de Bird Jesus

"Cristo reconoce en el sufrimiento un valor positivo, y como víctima es más humano y real que Buda. Buda se opuso al sufrimiento, pero con ello también a la alegría. Estaba al margen de las emociones y sentimientos y por ello no fue realmente humano. En los evangelios, Cristo es descrito de tal modo que no puede comprenderse más que como hombre-Dios, a pesar de que en realidad nunca dejó de ser hombre, mientras que Buda, ya en vida, se elevó por encima del ser humano."

Nada hay más perfecto que Buda.

Pero por mi bien, debería aprender de Cristo. No se puede vivir en esta cultura evitando el dolor. Hacerlo sería negar todo lo que mi entorno valora. Y ser una minoría en algo tan vital es imposible. Siempre está la otra masa aplastante que te exige ser como ellos aunque uno no pueda. Las personas normales son las que "…han aprendido a vivir con ese terror, lo han incorporado a sus vidas. Son seres vulgares, no dioses". Lo peor no es precisamente el ver a estas personas, sino que forman parte de uno. Las introyectamos y tenemos sus mismas necesidades y deseos. Si por miedo al dolor no satisfacemos esas necesidades, nos duele.

Negar el dolor en occidente no es sagrado, es estúpido y doloroso. Por eso debería aprender de Cristo. Quizá ahora que se encarnó en el Pidgeot del Twitchplayspokémon tenga la oportunidad de hacerlo. Abrazar el sufrimiento y abrazar la anarquía que hizo distinto el mundo Pokémon, algo entrelazado con el mismo Cristo.

Jesús promueve la anarquía porque él acepta el dolor que ella conlleva. La anarquía es cambio, es libertad, es sudor y sangre continua. Nada de eso se puede llevar a cabo si se le teme al dolor. Por eso hay que santificarlo y santificar a los mártires en potencia. Si por miedo nos paralizamos nos quedaríamos en la seguridad de la democracia, engañados y autoengañados en un orden que ni nos gusta ni nos hace bien. Puede que bajo ese sistema pasemos la liga Pokémon más rápido, ¿pero a qué costo?



sábado, 15 de febrero de 2014

L 32

Escucho voces que nadie escucha
veo cosas que no existen
y la psicóloga no ayuda mucho
y las pastillas tampoco
y las voces me dicen que me van a encerrar
y yo prometo matar al que me encierre.

jueves, 13 de febrero de 2014

no sé

no sé qué me pasa me puse unos guantes de látex y cagué en mi mano me da asco la caca pero aún así tomé mi mierda y la esparcí por mi puerta como pintándola o como tapizándola no sé cuando se me acabó tomé la mierda de mi gato y seguí con el trabajo después usé la caca de mi perra y hubiera usado la de mi tortuga si es que las tortugas cagaran llené la puerta de mierda y la manilla también cosa que cuando ella llegara tuviera que por la fuerza tocar la caca

tocó el timbre y no le abrí

no sé qué significa quizá quería decirle que tras esa puerta está el origen de toda la mierda o que todo lo que hay en la casa es una mierda o que sólo yo soy una mierda como ella siempre me lo dice pero claro hay que decirlo con palabras si no uno es un enfermo que pinta la puerta con mierda

miércoles, 12 de febrero de 2014

pis

voy a aprovechar mi psicosis voy atravesar duermo arriba mancuerna asustada del avarocrimen un. averso despide pocilgas de duendes duendes duenes de la mañana. abren ventanas los noches, cada vez más fragmentado, podías kultrún antes de ayer: valkiria no jales me aspirando albúmina que trabajo despierto pero muy muy atravesado como la bala lava la loza no señor.  baja no no bajes animal gritando, uno, gracias. que me luz grande abrir demás, como soy conciencia literaria digo cosas que no podrían decirme en realidad, las cosas me dicen no yo a ellas, sabís. a veces canto con el clítoris.

jueves, 6 de febrero de 2014

¿Quién en el mundo está más triste que el Rey Helado?

Rey Helado: ¿Por qué no le agrado a la gente?... ¿Es porque soy un abusador mágico?... ¿Mi barba está... muy enmarañada? (suspira) Yo sólo trato de ser un buen esposo para las damas. ¿Qué pasa conmigo?

Búho Cósmico: Grrruuuu. Eres un sociópata.



Sí, Rey Helado, eres un sociópata. Amaste, te amaron, y perdiste. Viviste, y como no pudiste morir, quedaste en un estado intermedio. A ellos nunca los amaron. Ellos nunca vivieron. Por eso no pueden estar tristes, porque no tienen alegría con la que comparar su tristeza. Pero tú olvidaste, así que el nivel de tragedia es casi el mismo.

Al final, a todos nos llevará el Búho Cósmico.

La solución esquizoide

En este curioso mundo hay ciertas personas a las que les tocó crecer en desgracia. Durante su niñez y adolescencia, casi todo contacto que han tenido con los demás ha sido doloroso. Los han ignorado, los han maltratado, los han ridiculizado o rechazado. Nadie los quiso, o nadie les demostró que los quiso. Nadie los hizo sentirse valorados ni seguros. Su existencia se volvió intolerable. Ellos se concebían como unos monstruos, porque si no pudieron ser queridos por nadie debió ser porque no lo merecían. No tenían ninguna virtud, ni habilidad, ni tampoco esa cualidad invisible, propia de los seres humanos, que despierta la simpatía de los demás, que los impulsa a acogerlos y protegerlos. Estaban condenados a estar solos. 

¿Cómo seguir viviendo bajo esas circunstancias? ¿Cómo poder respirar cuando el aire está cargado de mierda? Suprimiendo todos los sentimientos y deseos. Levantando una muralla que los aislara del mundo, que los hiciera invulnerables. Ya no sienten nada, no hay placer para ellos, no hay pasión por ninguna de las actividades que realizan. Cambiaron el sufrimiento por la nada, porque la nada es mucho más soportable que el dolor. Ya no desean relacionarse con el resto, porque en esa interacción está el origen del dolor. Pero no pueden darse cuenta de eso; hacerlo sería reconocer la propia inferioridad y los motivos que los llevaron a generar su desinterés. Para mantener la estabilidad, deben autoengañarse pensando que no necesitan a los otros, que no les interesan. Y funciona, realmente pueden vivir sin el resto, pero al precio de una vida plana y vacía (desde la perspectiva de alguien con un desarrollo normal). 

Viven sin vivir, transitan por la sociedad sin involucrarse profundamente con nadie. Nada los afecta, no experimentan auténtica alegría ni auténtica tristeza. Disfrutan de la soledad como nadie. No entienden cómo alguien puede temerle a la soledad. Han estado tan solos que no desarrollaron sus habilidades sociales, lo que los aleja aun más del resto y refuerza su posición autosuficiente. 

Sin embargo, esta "solución" no siempre es tan "efectiva", entendiendo por efectivo el alcanzar un estado de invulnerabilidad inconsciente. Muchas veces la angustia de sentirse distintos al resto los puede llevar a la depresión, a la adicción o a enfermedades psicógenas. 

No sé si es más trágico vivir toda tu vida con ese vacío o vivir enfermo pero sabiendo que algo mal anda contigo (lo que lleve, quizá, a intentar remediarlo).

martes, 4 de febrero de 2014

La perra de agua

Una perra de agua es la mejor mascota para esta sociedad líquida, me protege en mis fallidos intentos de adaptarme, o me sustituye en el proceso de amoldamiento haciéndome parecer un buen tipo a los demás, un tipo con consciencia ambiental que cuida de los animales acuáticos, que se sacaría el sombrero al verte en la calle si es que existiera la costumbre de sacarse el sombrero. La conocí una tarde en la playa, no me pareció extraño que se materializara un canino del tamaño de un lobo medio transparente y etéreo por el sólo hecho de que estaba drogado, y al verla lo primero que hice fue preguntarle sobre el sentido de la existencia, como siempre hago con los animales raros que se me cruzan para saber si son Diox, a lo que respondió, como es natural, con un ladrido, pero un ladrido que sonaba como una ola. Desde entonces me sigue como si yo fuera su referente corpóreo en este mundo, corre conmigo en esta loca carrera por la individuación, como si al convertirme en alguien ella también ganara algo, lealtad perruna que nunca he logrado entender. Cuando se acerca alguien ella actúa como si la llevara con una correa, como si fuera posible llevar a una perra de agua con una correa, a veces cuando la cosa se pone peligrosa se pone a ladrar y me calma con el sonido de las olas, ella siempre se adapta a las circunstancias, una vez que fui al puerto me encontré con un barco que transportaba arena para gato y ¿saben qué hizo? ¡Maulló! Tuve que comprarle 5 kilos de arena para que se quedara tranquila y al llegar a casa nunca la usó, porque no tenía la necesidad de hacer necesidades, aunque siempre que se subía a la cama mojaba la cama. No sé qué haría sin mi perra de agua, es lo único estable que tengo, aunque a veces toma la forma de un oso o de una lechuza, es lo que menos cambia a mi alrededor, cambia menos que mis amistades, que mis trabajos y mi identidad, es lo menos líquido que hay. En cierta ocasión intenté imaginarme mi vida sin ella, y resultó ser una vida solitaria, un poco volátil, algo deprimente, y parece que la perra de mierda hubiera olido mis pensamientos y se adaptó a ellos, no volvió a ladrarme, no volvió a entrar a la casa, y una tarde en que nevaba y hacía mucho frío se congeló frente a mi puerta. Me di cuenta al día siguiente cuando abrí la puerta y la boté sin querer, rompiéndola en mil pedazos. Fue un día muy triste, pero por lo menos me quedé con harto helado que comer.

lunes, 3 de febrero de 2014

El obsceno pajarón de la noche

Mi padre quería que yo fuera alguien en la vida, y no sólo porque eso nos sacaría de la pobreza, sino porque le daría honor a nuestro apellido, me ahorraría el sufrir la misma marginación que experimentó él durante su vida. Mis opciones de ser alguien en la vida se habían estancado al salir de la universidad. Escribí un libro, pero necesitaba plata para publicarlo. Entonces apareció don Jerónimo de Azcoitía, y desde entonces que no dejo de repetir su nombre, Jerónimo de Azcoitía, Jerónimo de Azcoitía, incluso cuando mi odio no tiene a quien dirigirse digo Jerónimo de Azcoitía y todo parece diluirse ante la autoridad de su nombre.

Él me financió y al libro le fue bien. Luego me convertí en su mano derecha mientras escribía el segundo. Él tenía una mujer muy joven y muy hermosa. Estaban tratando de tener un vástago, pero la semilla Azcoitía se negaba a reproducirse, así que yo le presté la mía para honrar mi propio apellido. Así nació Junior.

El niño vino con infinidad de malformaciones y enfermedades, era un monstruo repugnante, y después de que mi patrón le dijera al doctor Azula que le salvara la vida a cualquier precio, quedó aún más repugnante. Cuando estuvo estable, creó una sociedad sólo para su hijo, una sociedad enferma llena de monstruos, habitada por los más desgraciados fenómenos de circo. Comparado con ellos, Junior era hermoso.

Así creció aislado del mundo real. Yo era el único allí sin alguna deformidad física, por lo que a ellos les parecía un monstruo. Se reían de mí y me acosaban y me denigraban constantemente. Cuando traté de irme, el doctor Azula me detuvo y me amarró a una camilla donde comenzó a arrancarme los miembros que luego le implantaba a los monstruos; les daba mi sangre, mi piel y mis ojos y yo me reducía mientras ellos se volvían personas normales. Quedé reducido al 20% de mí y así huí a una casa donde un montón de viejas locas esperaban su muerte.

Yo no hablaba mucho, así que me llamaban el Mudito. A las viejas les gustaba hacer paquetitos con todas las cosas que tenían y tejían y se regalaban chombas para pasar el frío. Había allí una niña huérfana de 15 años a la que le gustaba hacer nanai con el Gigante, que siempre andaba con una cabeza de papel. Una noche tomé la cabeza del Gigante y me hice pasar por él para hacerle nanai, y después le arrendaba la cabeza a todos los hombres de la población para que hicieran lo mismo. La niña quedó embarazada. Las viejas creyeron que el espíritu santo la había preñado y que la niña era una santa, así que se prepararon para recibirlo. La niña quería irse cuando yo le dije que conocía al padre del niño, que era rico y que sabía dónde encontrarlo, y ella me amenazó con cortarme la pichula si no la llevaba con él.

No había niño, las viejas me cambiaban los pañales, me daban papa y me sacaban los flatitos, pero al mismo tiempo me restringían, me encerraban en un paquetito para que yo no aprendiera a hablar ni a caminar, para que no llegara el día en que yo no las necesitara más. Me convirtieron en Imbunche.

domingo, 2 de febrero de 2014

De por qué no te quiero tanto

Te quiero, pero ambos sabemos que no de la misma manera en que quiero a los demás, no en la misma magnitud. Me limito a la hora de quererte, no puedo evitar limitarme porque tú siempre pones barreras entre nosotros, tú con tu mirada esquiva y tu falta de palabras me dejas fuera de tu mundo tocando inútilmente la puerta, preguntándome desconcertada si tú quieres tenerme cerca, si vale la pena quererte como a uno de mis amigos. A veces cuando me acerco a ti con la intención de demostrarte mi cariño, me paralizo ante tu barrera, porque te miro y no pareciera que estuvieras ahí, como si negaras continuamente tu existencia, y entonces pienso que a ti te parecería ridículo que yo te quisiera, que cuestionas la posibilidad de que alguien en este mundo pudiera quererte; que no mereces eso, que no mereces nada. Con ese conflicto me acerco a ti y al final caigo en la rutina de tenerte al lado, de hablar de mis cosas o comentar las tareas que tenemos en común mientras parece que tú fueras un espectador y no a quien van dirigidas mis palabras, como una mascota que escucha a su dueño hablando solo. No siento que pueda acompañarte ni que tú me acompañes; siempre estás solo, aun cuando estás conmigo, aun cuando estás con los que te consideran sus amigos, llevas la soledad a todas partes como un abrigo en un día soleado, así de innecesaria andas con la soledad como si siempre estuviera lloviendo, como si tuvieras la necesidad de protegerte de monstruos invisibles ocultándote en ti mismo. 

No puedo quererte como a los demás porque ellos sí me hacen sentir que soy valiosa, que soy una persona única, que si no estuviera ellos me echarían de menos; pero cuando estoy contigo ¡ni siquiera me miras!, soy como invisible, una voz que aparece junto a las otras que forman parte de tus fantasías , o incluso que se interpone entre tú y tus fantasías, y yo no puedo sentir que existo, que me valoras, que soy necesaria para ti, en cambio, siento que soy una molestia, que te incomodo. Sé que me escuchas, que en algún rincón de tu tormentoso corazón hay un espacio para mí, pero no porque me lo demuestres, sino porque me lo imagino. Asumo que como humano que eres tienes que tener cierta resonancia emocional ante lo que te digo, que no puedes ser tan insensible, y que si pasas tiempo conmigo es porque de verdad quieres estar junto a mí y no porque sea una compañía que apareció por casualidad en tu camino. Pero tú te esfuerzas en demostrar todo lo contrario con tu aparente indiferencia y tu actitud autosuficiente, y a veces me abandonas sólo para demostrarte a ti mismo que no me necesitas, que puedes estar de lo más bien sin mí, preparándote para el día (que asumes que siempre llegará) en que yo pierda el interés por ti y te deje. Si no fuera por ese miedo cerval que sientes ante la eventualidad de perder a cualquier persona, por esa fortaleza de fantasmas que sustituyen a tu propia autoestima, podría quererte mucho más. Mucho más.

sábado, 1 de febrero de 2014

El origen de plantas vs zombies

La ametralladora abandonó su nido en uno de esos recurrentes días de lluvia de jazmines. Varios pétalos cayeron del árbol junto a sus padres, una motosierra y un montículo de pólvora, que en el mismo instante en que su hijo llegó a la vida se lanzaron al vacío por el súbito terror de tener que cargar a alguien sin cortarlo, o sólo porque el viento en su soplar azaroso golpeó con más fuerza la rama en la que se hallaban... la ametralladora nunca lo sabría.

Chocando con el pasto sin querer disparó su carga, cual arma de fogueo. En ese momento sintió instintivamente que para eso estaba hecho. Había alcanzado la madurez cuando las balas salieron inocuamente de su cañón, en un estruendo parecido al que hacían las ratas cuando se apareaban bajos las indiscretas miradas de los árboles errantes.

Tenía que seguir disparando, disparando y disparando balas, porque las balas era tan suyas como el resto de su metálica consistencia; podía sentir a través de las balas allí donde ellas se posaban, y esa sensación era el sentido de su existencia, el objetivo que los sabios del bosque le hubieran impuesto si es que hubieran existido. Las balas tenían dientes, las balas engullían como un fuego todo lo que no tuviera la resistencia suficiente para oponérsele, para decirle no, no me comas, cómete a mi hijo, cómete a mi esposa, pero no a mí, no a mí, que no me gané un lugar en la quinta dimensión para ser engullido por un recién nacido.

La ametralladora se comía el alma de los seres vivos. Sobre todo de seres humanos, principalmente de seres humanos, que estaban aderezadas por el caos de sabores que generaba la problemática existencia de la consciencia y los miles de conflictos en los que se veían envueltos día a día. Cada contradicción que consumía su mente y la vorágine de sentimientos que experimentaban le daba un sabor característico al alma, generalmente un sabor trágico, que tentaba mucho más a las pequeñas ametralladoras que el anodino sabor de las plantas y los animales y los minerales.

Por intuición lo sabía, por eso buscaba humanos, aunque ocasionalmente en su camino, para no morirse de hambre, le disparaba a algunas flores, o unos pequeños helechos, incluso tuvo la suerte de encontrarse con un pajarito arcoíris al que derribó con una ráfaga que lo dejó exhausto pero satisfecho por un buen rato, porque el alma de ese pajarito se asemejaba mucho a lo que creía que podía ser el alma de los humanos.

Atravesó ciénagas hasta llegar a un lugar con muchas casas blancas y jardines bien cuidados, con plantas que no se curvaban hacia el sol por necesidad, sino por puro gusto. Se acercó a una para preguntarle dónde estaban los humanos, por qué no había visto ninguno en su corta existencia, si acaso se escondían de los rayos solares o huían de su presuntamente peligrosa presencia, revelada por los disparos al aire que hacía a veces con la esperanza de comerse el alma de una nube para probar cómo era. Pero las plantas no hablan, las plantas no se expresan, y así se lo hizo saber ella con su estatuismo y su muda protesta. La ametralladora, frustrada, posó su cañón en una hoja y se comió su alma.

Algo distinto pasó. Estaba tan cerca de su víctima que las leyes que gobernaban su proceso de deglución se confundieron, y en un caos de dientes y pólvora se comió a sí mismo, al tiempo que a la planta le salían dientes y lo comía a él comiéndose a sí mismo, confundiéndose también ella por su nunca adquirida consciencia en la de ese extraño que pretendía comerla pero que terminó formando parte de ella. Así fue como nació el primer híbrido entre planta y arma: la hoja metralleta.

Con su recién adquirida intuición herbácea supo que algo se acercaba. Quizá fuera el ansiado humano que esperaba o quizá fuera algo más lento que gritaba con palabras arrastradas BRAAAAAAAINS. Resultó ser la segunda opción, pues observó que desde la lejanía aparecía un no-muerto sobre el ocaso, y a su espalda habían muchos más como él que se acercaban a paso de tortuga hacia el jardín.

Entonces el guatón Juancholo salió de la casa. No lo había sentido en ningún momento, pero la hoja metralleta lo vio y, casi sin pensarlo, le disparó una ráfaga de balas verdes. Las balas rebotaron mágicamente ante el rostro impávido del guatón que veía que de repente sus plantas lo atacaban. Se sintió traicionado, triste y rabioso a la vez, pero luego miró al horizonte y se cagó de miedo. Se rascó la cabeza sobre la olla que usaba como casco y luego le rezó al tercer mundo para que lo librara del destino que lo esperaba, pero luego se dio cuenta de cómo se movía la hoja metralleta y comenzó a rezarle.

—Señorrrr por favorrrrrrrrrr no deje que los zombies se coman mi cerebrrrrroooo.

La hoja metralleta, que había adquirido la sabiduría de la tierra y de los bosques y del sol al hacerse uno con la planta, comprendió que lo que protegía de las balas a ese, el único humano que quedaba quizá en cuantos mundos a la redonda, era la olla que tenía en la cabeza para proteger su cerebro de los zombies que se acercaban. La conclusión lógica y verde era que tenía que acabar con los zombies para que el guatón Juancholo no necesitara ponerse el casco y así, desprotegido, pudiera comerse su alma.

Los zombies eran cada vez más numerosos. El ocaso ya era total, pero la hoja metralleta pudo ver cientos de ellos con conos, puertas metálicas y escaleras renqueando hacia la casa. Entonces les disparó miles de balas en miles de ráfagas a la distancia y algunos se deshacían en la tierra luego de recibir muchos impactos, pero sólo unos pocos, porque otros usaban las puertas como escudos y otros simplemente esquivaban las balas subiéndose a sus compañeros.

Era inútil seguir así. La hoja metralleta necesitaba ayuda. No sabía qué hacer, así que escuchó su corazón, un corazón que se extendía por todas sus venas y su sangre verde, que inundaba cada pequeña hoja disgregada en formas curiosas por la necesidad de adaptarse a su parte metralleta. Necesitaba ayuda. Necesitaba otros como él. Necesitaba un ejército de plantas que le ayudaran a acabar con la amenaza zombie.

Se liberó de sus raíces y ocultó la tierra en la que había permanecido anclado inalcanzables años. Luego expulsó todo el oxígeno que había acumulado y del que se había alimentado en las noches frescas para crear un portal del tamaño de una vaca que en vez de leche producía estrellas y que lo llevó a una dimensión paralela. 

En esa dimensión conoció a una bomba atómica, se casó con ella y sobre una cama de humo y azufre tuvieron muchos hijitos metralletas con un gran poder explosivo. Orgulloso por el rumbo que había adoptado su vida, se llevó a sus hijos consigo a su dimensión natal, dejando sola a su madre llorando lágrimas radiactivas.

Ya en el jardín del guatón Juancholo, se dio cuenta que cada uno de sus hijos tenía una característica que lo hacía especial. Algunos eran fríos, otros eran sensibles, o muy agresivos o muy tranquilos, con balas como agujas o como mazas medievales, pero todos tenían en común la cualidad de ser explosivos. No necesitaban engullir a los seres vivos: sus balas ni siquiera tenían dientes, explotaban en contacto con algo que no fuera aire. Su prole sólo servía para destruir. Habían salido a su madre.

El padre instó a sus hijos a que hicieran lo mismo que había hecho él con la planta que intentó comer. Les dio la instrucción de disparar con el cañón pegado al cuerpo de las plantas y le llamó a este acto "follar". El jardín se convirtió en una orgía de plantas y metralletas, pero luego se sumaron otros, porque algunos no se conformaron con las hojas ni los helechos ni las flores. Así fue como follaron rocas, chiles, papas, cactus, e incluso un gato al que le metieron el cañón por el culo sin darse cuenta.

Cuando tuvo su ejército listo, la hoja metralleta no sabía qué hacer. Se dio cuenta de que no era un buen estratega, pero luego se fijó en un nido de pájaros de sol que había en el techo de la casa y de las heces que habían directamente abajo, y tuvo una idea. Le encomendó a un par de hijos que follaran las heces y el resultado fue tan satisfactorio para ellos que se convirtieron en margaritas con caritas felices. Ellas tenían la habilidad de administrar el ejército por medio de un sistema monetario-solar, y así fue como organizaron el ataque a los zombies.

Los zombies eran innumerables, pero las plantas aguantaron por varios días y noches y lluvias de jazmines, hasta que no quedó ningún zombie ni muerto ni vivo.

La casa y su único habitante estaban a salvo, y la hoja metralleta estaba tan feliz que se comió a todos sus hijos como aperitivo para lo que venía, la degustación, por fin, de un alma humana, cuando su almuerzo se liberara de su protección. Sin embargo, el guatón Juancholo nunca se sacó la olla de la cabeza, porque lo encontraba un muy lindo sombrero.

Escama

Cuando nací comprendí que el vacío que precede a la existencia no puede llenarse con nada que no sea nada. Todo lo que uno haga en vida no podrá ni siquiera acercarse al vacío primigenio: ni la acción ni la inacción, la decisión de dar un paso o no darlo, esnifar o esnifarte. Correr en círculos, con la esperanza de que el movimiento evoque en tu centro un hoyo negro que te recuerde tu pre-existencia, no sirve de nada. Pero no puedes hacer otra cosa que correr en círculos.

Para crear nada hay que destruir. No hay que crear en absoluto, sólo destruir y borrar. Dar a luz es matarse a uno mismo, y creer que en tu vástago tienes una segunda oportunidad. Hay que ser fantasma, hay que ser bestia infértil y borrar todas las huellas de tus crímenes futuros. Lo que no se crea no existe, y lo que nunca existió nunca fue creado, o en algún momento fue borrado.

Para ello la mejor arma es la palabra porque todo lo que nombra lo destruye lo encierra en celdas de conceptos e ideas ajenas impuestas por personas que no conoces y que terminan por profanar todo lo que pretendes glorificar convirtiéndolas en nada.

Hermana de la palabra es la contradicción, según la cual lo que es arriba es lo que es abajo. Contradictorio es el abrazo cariñoso que te daba tu madre después de sacarte la cresta, es decir no cuando tu cuerpo dice sí, o viceversa. Con la seguridad de que no estás en un sueño, te sabes sobre un árbol y bajo él, te sabes pájaro y reptil a la vez. Te sometes a vorágine anticreativa y a través de la invalidación llegas a la nada.

La contradicción primaria: tú no existes.

(La escama es una lámina aplanada presente en la dermis de muchos seres vivos. Su función principal es la protección y el aislamiento)