domingo, 18 de mayo de 2014

Purifi Chama

Me fui a tomar después de la pega. Necesitaba un tiempo de relajo después de días de dale que dale que dale haciendo cosas que no recuerdo pero que no me dejaban tiempo para respirar. Me costaba acostumbrarme al ruido de las personas, como si de alguna manera el mundo se hubiera congelado durante esos días y me encontrara ahora con que todo ha seguido su movimiento, sólo que sin mí. Cuesta incorporarse a la vida después del trance de la productividad.

El Gastón Bachelardo se sentó en mi mesa. Había olvidado que ése era el día especial que ocurre una vez cada 7 años, el día en que el ermitaño abandonaba su ermita para volver a la sociedad. Necesitaba hacerlo porque si no, se le hubiera olvidado que era humano. Por primera vez sentí que teníamos algo en común.

Lo saludé y le pregunté irónicamente sobre su esposa y sus hijos inexistentes.

—El cisne Nada se refleja en la noche. El agua lo sueña en sus ondas lumínicas.

Eso significaba que él estaba bien, en el idioma del singular Gastoncito Bachelardo. Yo pedí un trago y él pidió un vaso vacío. Cuando los trajeron a la mesa, sacó una cantimplora de su poncho. Vertió un líquido que era igual de cristalino que el agua, que incluso sonaba como el agua, pero si era agua, ¿por qué no la pidió directamente al mesero? Dejó el vaso medio lleno y sorbió. Me lo ofreció cuando quedó medio vacío. Yo lo acepté, cómo no lo iba a aceptar si estábamos compartiendo, si eligió sentarse conmigo después de 7 años de estar perdido voluntariamente en el bosque, alimentando a los zorros y los búhos y los helechos, interrogando al fuego por las noches y a las plantas por el día.

En un primer momento me pareció agua, pero luego el líquido llegó a mi estómago como un río de lava. Ardía por dentro como ningún trago me había hecho arder antes. Sentía que mis entrañas se deshacían, que mis jugos gástricos se evaporaban mientras el mundo adoptaba una tonalidad roja delirante. Realmente esa agua era fuego encubierto.

El Gastón se estaba riendo.

—Purificación chamánica —dijo.

No le creí. Eso era saliva de mantícora.

viernes, 9 de mayo de 2014

Capitalismo culiao

Nos cortaste. Con una carita feliz nos cortaste. Tu amor por las ciencias duras, por lo material, por el goce de ver-tocar-sentir hizo que sacaras tu cuchillo y nos escindieras para que nos pareciéramos a todos esos objetos que poblan al mundo y que a ti tanto te gustan. Por tu egoísmo psicópata nos redujiste a seres individuales para poder asirnos, mirarnos, controlarnos, absorber nuestras capacidades para saciar tu hambre infinita.

Dármata estaba unido a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus padres, a todo el mundo cuando construiste tu primera torre y lanzaste los cuchillos. No siquiera pudo verlos, tan universal era su percepción que un pequeño filo no iba a reclamar su atención. Él estaba inmerso en una conexión global que era de carne (no de bits como ahora), pero cuando la cortaste no sintió nada. Nadie sintió nada el día en que el capitalismo destruyó el vínculo. El shock era tan grande que sólo se sintieron sus consecuencias años después. Dármata se puso a trabajar en una empresa y murió solo.

Murió solo, todos en adelante murieron solos, vivieron solos pero a nadie le importaba porque la caca tenía formas muy atractivas. Era satisfactorio ver que después de deslomarte en tu pega podías comprar mierdas cada vez más caras. El capitalismo había rugido, y con su rugido dotó a todos de sus propios gustos. La coprofilia se volvió universal.

Pero ya no hay carne, hay puras murallas que con su matemática exacta configuran una sociedad para el hombre solo. Las paredes y las puertas nos impiden ver las selvas y nos obligan a escuchar (sin darnos cuenta) los rugidos del capitalismo que nos dice en todo momento lo que tenemos que hacer, lo que tenemos que desear, lo que tenemos que valorar. En la tele en la radio en los libros en internet en la gente. EN LA GENTE. Su mayor victoria es que ya nos alienó, transformó a nuestros padres en sus voceros, y a nuestros padres no podemos oponernos. Y aunque lo hiciéramos, un poder mucho más grande actuará sobre nosotros: la sociedad.

Si por algún azar de nuestra configuración genética nos negáramos a escuchar al capitalismo, nos enfrentaremos a su as bajo la manga, su hijo predilecto: la conectividad. Tan parecida es al vínculo de nuestros ancestros que nos fascina, nos atrae, no podemos rendirnos a ella. Nos sumamos a la orgía informática conectándonos a estos miles de gadgets que nos permiten soportar el vacío que nos dejó el capitalismo. Nos hipnotizan los números binarios para mantenernos en la ilusión de que la red de relaciones nunca se perdió, que ningún capitalismo destruyó el vínculo desde su torre. Nos aferramos a la idea de que el que está al otro lado de la pantalla es un ser humano, y que al decirle "hola" nos estamos relacionando con él. Tan satisfactorio es para nuestra mente, que todos los días repetimos hola a cientos de personas que no están junto a nosotros pero que por poner "me gusta" nos hacen sentir menos solos.

(Mira a tu alrededor. ¿Acaso hay alguien ahí? ¿Acaso tú estás ahí?)


"Hay toda una serie de máximas en el mundo de hoy que van en ese sentido de obligar al sujeto a ser sujeto sin Otro, a tener que resolver su subjetividad sin Otro, en un ego exitoso sin poder nombrar qué modos de síntoma, de dificultad, de fallo, se juegan para él, lo que le une y le desune del otro." (Carmen Gallano)


El capitalismo es Alduin, el dragón negro que devoró al mundo. Nosotros vivimos en su interior consumiendo sus entrañas infinitas que no quitan el hambre pero que todos buscamos porque no hay nada más. Eternamente insatisfechos nos movemos en esa caverna oscura buscando lo que afuera hacía felices a nuestros ancestros y que nosotros nunca tuvimos la oportunidad de vivir. Ni siquiera podemos reconocernos entre nosotros porque estamos tan infectados con los fluidos del dragón que todos nos parecen peligrosos. Sólo hacemos el amor para restituir el placer olvidado de estar vivos sin el capitalismo.


Hay que salvarse solo. Tenemos un espacio propio limitado por paredes, una página propia en Facebook, un nombre, un carnet de identidad, por lo que seguramente debemos ser Uno, cierto ser individual que ocupa un espacio en el mundo material. Por lo tanto, nada más importa que Uno, tenemos que avanzar por nuestro propio camino porque somos los únicos que podemos otorgarnos el goce de comprarnos un auto, de adquirir el último juego el día de su lanzamiento, de decirle a quien nos conozca que tenemos un trabajo y una pareja, que no somos unos fracasados. Hasta formar descendencia está motivado por el placer de Uno…

¿Acaso importa, entonces, esa antigua red de carne, si tenemos tantas cosas con las que sustituirla?
Como expresión patológica de los efectos adversos del capitalismo, puedo decir que nada es suficiente.