Quiero comprenderlo todo, menos a mí mismo...
El erudito vivía en el cuarto más recóndito del castillo, donde la penumbra era tan densa y el silencio tan abisal, que no distinguía el día de la noche. Tampoco le importaba: allí tenía sus libros, sus plumas y papiros, todo lo que necesitaba para alimentar su alma y alcanzar el objetivo de comprenderlo todo. El único inconveniente de su guarida era la oscuridad, aunque también era su motivo de mayor goce. Sin oscuridad su actividad no tenía sentido; sin el misterio, el conocimiento no tenía nada que revelar. Aun queriéndola, se pasó la vida tratando de eliminar la oscuridad.
El conocimiento era la luz. A medida que estudiaba los libros de la biblioteca, que dominaba todas las áreas del saber, la habitación se iluminaba. Cada vez que aprendía algo nuevo, podía ver con mayor nitidez las cosas de su guarida. No eran muchas, después de todo, pero el ver esos elementos materiales también tenía un correlato mental: su concepción del mundo era más amplia, sus imágenes de la naturaleza y sus espíritus eran mucho más claras. La luz desplazaba a la oscuridad en todo sentido.
Sin embargo, a veces veía la luz apenas como una pálida bruma en un universo oscuro. Sentía a ratos que la luz no era real, que era pura ilusión. La oscuridad seguía ahí, invadiéndolo todo, llenando cada espacio del Todo. Su labor de adquirir conocimiento no era más que un juego alienante para darse seguridad en la oscuridad. El misterio era insondable, cualquier intento de describirlo era inútil, la verdad no existía.
La duda era temporal. Luego seguía disfrutando de la lectura, el análisis y la creación de un conocimiento que eran tan infinito como el universo. Pero siempre tuvo esa inquietud, la sospecha de que lo que hacía no obedecía a una necesidad intelectual, sino a algo mucho más profundo -y profano- a lo que no podía acceder.
Lo que el erudito no sabía es que la oscuridad no estaba en la habitación: estaba en él mismo. Era su propia oscuridad la que necesitaba combatir, pero como él creía que estaba afuera, sus esfuerzos fueron dirigidos a la comprensión de la naturaleza externa. Se distrajo indagando en áreas muy abstractas, complejas y lejanas para evitar pensar en sí mismo. Por eso a veces veía la luz como una ilusión, porque no sabía nada de su propia oscuridad, la verdadera oscuridad que lo afligía. En realidad no soportaba la idea de sentirse solo en la oscuridad. Mejor llenar su guarida con pensamientos vacíos sobre cualquier cosa que enfrentarse a su propia indefensión…