sábado, 29 de marzo de 2014

Se puede vivir sin poncho

Señora, que no le dé un soponcio pensar sin su poncho, si la preocupación también sirve para calentar el cuerpo. Piense en su marido mientras hierve el agua, recuerde la guerra en la que está inmerso y de la que difícilmente saldrá con vida. Su piel calenturienta (con tendencia al calor, aunque le parezca ridículo), se encenderá con la preocupación. No necesitará estufa ni mate. Será un sol, aunque déjeme decirle que siempre ha sido un sol, nada más que a veces se apaga por el frío que congela su pensamiento en tiempos pasados y muy seguros, donde tenía todo fácil y la guerra sólo era un cuento que le contaba su abuelita para contrastarla con la paz que vivían en la casa. Nada de preocupación le dejaba el cuerpo frío, señora, por eso usaba su poncho negro, esa tela indecente que llevaba a todos lados, a la fiesta que sus hermanas hacían una vez al año celebrando la luna azul, a la feria de las pulgas donde vendían cosas mucho más lujosas, incluso cuando nació su octavo hijo estaba con su poncho, por eso el Moncho le salió tan negrito y desaliñado. Usted no lo sabía, pero yo sí, yo escuchaba cómo la pelaban las viejas por su poncho, decían que usted se creía la muerte y en realidad se veía como un murciélago con las alas rotas, que usted no era la muerte, se resistía obstinadamente a la muerte, clavaba su colmillo (que era su bastón) en el corazón de las chiquillas y les quitaba la vitalidad, la saboreaba todas las noches, la consumía en la penumbra de la mansión que le heredaron sus padres, para que así al otro día usted apareciera de nuevo con su poncho. La chiquilla seguía en pie pero como sin alma, sin la chispa que antes refulgía en sus ojos y que nadie recordaba después de hacerse prostituta. De ahí mi estrategia, la destrucción de cuajo del objeto perverso. Podría parecerle cruel, pero ese poncho era la perdición de su vida social, no importaba lo amable y sonriente que fuera con los demás, siempre que posaban su mirada en esa tela oscura y deshilachada se ponían contra usted, porque era tan feo…

Ahora no lo necesita, ahora que le di el datito no necesita ningún poncho, tiene el calor asegurado para el resto de su vida, puede ponerse vestidos fresquitos en invierno y ser la envidia de las vieja de la población; siempre, eso sí, mientras piense en su marido, en su pobre marido que está ahí aullando en la nieve por las balas que le sacaron con un cuchillo hirviente, por el ojo que le reventaron con la culata de un escopeta, por el recuerdo migrante de las cuatro noches de tortura en el búnker enemigo, el muñón propagando la sangre por el infierno blanco...

miércoles, 26 de marzo de 2014

...

[...]
...o mejor te mato.
La espada tiene esa graciosa dualidad [de penetrar y generar vida o anularla].

domingo, 9 de marzo de 2014

De cómo terminaba Freud sus cartas a Jung

Su amigo.

Su fiel amigo Freud.

Su incondicional Freud.

Uuuuuuuuuuuuy!

Freud y Jung jugaban al papá y al hijo. Jung veía en Freud un maestro, un genio que había elaborado una nueva forma de concebir la mente humana y la psiquiatría (aspectos que él apenas empezaba a explorar, pero de los que ya se encontraba insatisfecho con las ideas predominantes), y esperaba aprender mucho de él. Freud, por su parte, veía a Jung como carne joven (young) para su recién fundada teoría, un digno sucesor que difundiría las "verdades" del psicoanálisis cuando él no estuviera y que lucharía en contra de los que la criticaran. En su correspondencia era común que se trataran explícitamente de padre e hijo (hubiera sido raro que no se dieran cuenta de ese simbolismo, si el psicoanálisis trata justamente de eso).

Pero el hijo creció muy rápido. Había estudiado y había producido conocimiento al igual que su padre. Sin embargo, sus experiencias lo llevaron por otras vertientes muy lejanas a Freud y a la psiquiatría en general. La diferencia principal, y la que terminó por romper sus relaciones, era que el hijo (¿inocente aún?) no pensaba que toda enfermedad mental tuviera un origen sexual. Y claro, ése era el elemento central de la teoría del padre; él sólo pensaba en el manguaco. Su alejamiento teórico también tuvo que ver con el hecho de que Freud quería hacer del psicoanálisis un dogma, y Jung se negaba a aceptar verdades incuestionables.Visto así, parece como si su teoría se forjara desde la tendencia adolescente de contradecir a la figura de autoridad.

Freud, como padre autoritario que era, no toleró las ideas revolucionarias de su rebelde hijo. Hizo el intento (o simuló hacer el intento) de analizar algunas de sus ideas, pero desde una perspectiva tan limitada que no hacía más que desecharlas. Después empezó a darse cuenta de los poderes místicos de Jung y eso debió atemorizarlo. Terminó con él por correspondecia, como un caballero.

Pero bajo toda esta pelea teórica creo que había chocapic. Era obvio que había tensión sexual entre ambos. La primera vez que se encontraron hablaron 13 horas seguidas. Fue amor a primera vista disfrazado por interés científico. Disfrutaban de jugar al papá y al hijo en una discreta evocación del incesto homosexual. Quizá la verdadera razón de su rompimiento fue que inconscientemente intuían la atracción que había entre los dos. Durante sus últimos encuentros, Freud se desmayaba (literalmente) como una damisela cuando aparecía Jung. El peligro de que esa verdad aflorara a la consciencia generó el rechazo y el eventual rompimiento.

En resumen, se tenían ganas.

jueves, 6 de marzo de 2014

Bolaño

Alguien me dijo que yo podría ser el próximo Roberto Bolaño… o sea que podría irme de Chile y leer mucho, vivir en México y leer mucho, ir a la Argentina y leer mucha poesía, leer a los griegos (a Homero, a Tales de Mileto, a Solón de Atenas, Hiponacte de Éfeso, Jenófanes de Colofón, Teognis de Megara y a Alcmeón de Crotona, a Zenón de Elea y a Tirteo de Esparta, a Anacreonte de Teos, Arquíloco de Paros, Estesícoro de Himera, Safo de Mitilene, y a Píndaro de Tebas), leer sobre la segunda Guerra Mundial, saberme el nombre de todos los generales de la Alemania Nazi, volver a Chile y tomar vino imaginario con Neruda, ir a España y leer mucho, trabajar como poli y leer mucho, frecuentar prostitutas, criticar a los críticos, tener hijos y encomendárselos a los sabios antiguos, enfermarme de leer mucho, morir y leer mucho, pero ¿escribir? ¡jamás!

La gente dice muchas cosas.

domingo, 2 de marzo de 2014

Aspirando pescá seca

No sé si lo sentí hoy al despertar, en la mañana cuando caminaba al trabajo, o si en realidad nunca he dejado de sentirlo desde que me vine a esta ciudad. Lo cierto es que ese olor era una llamada irresistible, me atrajo como el canto de una sirena, una sirena que no se había bañado hacía mucho, que fue secada al sol por mil años después de morir, pero que aun así encontraba atractiva. Eran diez años, diez años desde que olí la última pescá seca en los puestos frente al mar. Sentirlo ahora era una ruptura en el tiempo-espacio, era un olor tan anacrónico, tan discordante con la naturaleza de la metrópoli (sin los gritos de las gaviotas, ni los del viento, ni los de las olas moribundas), que tuve que mandar todo a la mierda para hallar el origen de ese olor.

Era un callejón, el callejón era la guarida de una madre seca que vendía a sus hijos, miles de huevos que crecieron para ser envejecidos a la fuerza. No conocía las artes de esa mujer, pero sabía que debía ser poderosa por traer estos fetiches a la capital, quizá rompiendo todos los tabúes de su tribu del sur llegó con su saco de especies muertas a esparcir la peste, o el olor de la nostalgia. Al verla sentí como si hubiera soñado con ella la noche anterior, ella era la que me traía agua dulce cuando nadaba en la sangre, y era a la vez cuervo y anti-sirena. Era muy muy vieja, al punto que sus arrugas velaban sus ojos y la hacía parecer ciega, o en todo caso daba la impresión de no necesitar de la vista porque estaba tan cerca de la otra vida que más que a sus sentidos, obedecía a una intuición que me trascendía a mí y al mundo. Vestía un poncho negro. Nunca había visto un poncho negro.

Le pregunté que a cuánto vendía las pescadas y me dijo "tres a mil pesos, caserito", y yo sentí con sus palabras que esa mujer me amaba más que nadie, que era la única mujer que me amaba. Me horroricé ante esa perspectiva, porque nunca había relacionado algo tan oscuro con el amor, así que perturbado saqué un billete de mi bolsillo y se lo di a la anciana, que a su vez me entregó un paquete con las pescadas como un maestro le entrega una enseñanza muy importante a su discípulo, o como si me diera el poder para destruirlo todo. Quise preguntarle si era una machi, pero no me atreví. Me fui con las pescadas en la mano y muy aturdido.

Al volver a mi casa, cerré la puerta muy rápido y cerré las cortinas deseando que fuera de noche. Saqué las pescadas del paquete y las olí. Fui al lavadero y las olí. Me senté en el suelo y las olí. Me tiré en la cama y las olí. Al principio el olor era un flashback. Volví a los puestos frente al mar, donde señoras gordas vendían pescá seca y donde todos eran sus caseritos. Había una niña con una de las señoras. Era una niña muy linda y era muda. Se llamaba Maribel, pero no sé cómo supe que se llamaba Maribel, quizá el nombre lo inventé, quizá la nombré así porque se parecía a mi primer amor y necesitaba estar cerca de ella por lo menos a través de su reflejo mudo. Ella estaba todo el día ahí con su madre mientras yo estaba todo el día trabajando cerca y la veía cada vez que abandonaba el local. Allí todos tenían ese olor a pescados y mariscos, pero ella no tenía olor alguno. Era tan joven que los olores a muerte y miedo no podían invadirla.

Sin embargo el olor me llevó a ella, un episodio tan intrascendente que pronto se acabó el flashback, y caí en una especie de trance nauseabundo blanco. Seguía oliendo porque no quería dejar de oler. Cada vez que alejaba la nariz me sentía vacío y debía acercarme de nuevo. Necesitaba aspirarlo, tenía que absorber todas sus partículas porque esa era la única forma de salvarme.

Mi gato se subió a la cama atraído por el olor. Se acercó poco a poco, hasta que pronto estuvo tan pegado como yo a la pescada. La olimos los dos, yo era un gato y mis sentidos no podían evitar acercarse a ese olor porque era un olor tan fuerte que venía desde el pasado reclamando cosas inconclusas quizá vengándose de la poca atención que le presté a los pescados vivos que me habitaban y que se murieron y se secaron porque yo no me atrevía vivirlos y a convertir sus ancas en lo que los demás llaman "el irresistible acto de integrar lo bueno y lo malo". Entonces en vez de piscis me convertí en acuario. Por dentro agua, por fuera nada. ¿O era al revés?

Nunca voy a dejar de aspirar pescá seca. Soy el primer gato que vive con un pescado y no se lo come.